Hemos llamado vivir bien a la capacidad de consumir.
Aunque el dinero puede garantizar la cubertura de necesidades básicas, le hemos otorgado un valor desproporcionado en nuestras vidas, tanto que ha desplazado a elementos importantes para el bienestar y muchas personas han incurrido en lo ilegal e inimaginable para obtenerlo.
Socialmente hemos adoptado y compartido la idea de que es a través del poder adquisitivo que se puede acceder a una vida plena y feliz, pero este modelo “ideal” que nos han vendido (adecuado a las lógicas del mercado y funcional a su reproducción) depreda, consume y desecha vertiginosamente.
El capitalismo es el modelo económico que mueve al mundo, su principal objetivo es la maximización de las ganancias en detrimento de lo que sea, incluso de la vida misma. No existe hoy un marco ético que realmente regule al mercado; el sistema capitalista requiere un marco de símbolos y significados que se traduce en ideas y actitudes socialmente compartidas y aceptadas, para reproducirse, donde se promueven (principalmente) el individualismo, el hedonismo, la competencia, la promesa de felicidad y una idea de éxito como ejes rectores de la vida en sociedad.
El mercado promueve la distinción a través de la adquisición, fomenta la insatisfacción, la baja autoestima, la recompensa inmediata y la promesa de felicidad vía experiencias efímeras y compra de objetos con obsolescencia programada.
Si la capacidad de consumo nos otorgara realmente la felicidad, la gente rica estaría plena y satisfecha, pero no hay nada más alejado de la realidad. Necesitamos ampliar la conceptualización de bienestar, construir otro marco de referencias, promover otras cosas que nos permitan satisfacer el deseo de distinción sin caer en las lógicas del mercado, y sobre todo revertir el impulso de obtener dinero a costa de lo que sea.