Un sitio para la memoria

Columnas Plebeyas

Cuando el alma duele, buscamos siempre un lugar donde llorar. Sucede con la pérdida de un ser querido, de un familiar, de un amigo, de cualquier persona que dejó huella en nosotros y que ya no está. Asistimos a funerales, abrazamos fuerte en el silencio y sabemos que el duelo requerirá de mucho tiempo y de mucho amor. Pero ¿qué sucede cuando la ausencia no es muerte sino desaparición? ¿Cómo se atraviesa un dolor de este tipo, en donde no hay certezas ni cuerpo ni despedida? 

La palabra “desaparecidos” se ha vuelto un síntoma de nuestro siglo. Un espectro que recorre nuestros peores miedos y realidades. Los familiares que buscan a sus desaparecidos lo saben mejor que nadie. Se trata de una experiencia permanente, atemporal, capaz de reeditarse en cada amanecer de esperanza y decepción. La desaparición quiebra la vida cotidiana de una familia, de grupos y pueblos enteros. Los sume en la incertidumbre y en una búsqueda activa de verdad y justicia. 

En ese proceso, los discursos sobre la desaparición nublan la identidad de las personas que son buscadas. Crecen los estigmas, prejuicios y frases cómodas que nos desvinculan socialmente del problema de la desaparición. Escuchamos que “por algo desapareció”, “en algo andaba”, “algo habrá hecho”, frases célebres producidas por las dictaduras de América del Sur para justificar la desaparición forzada de miles de personas. También circula la idea de que los desaparecidos eran integrantes del crimen organizado o seguramente fueron cooptados por el narcotráfico, o quizás decidieron salir por la carretera en una noche poco feliz para eso. La desaparición parece siempre responsabilidad de la víctima, incluso por haber estado en el lugar equivocado. 

Los discursos sociales bloquean la posibilidad de entender la experiencia de la desaparición y de reconocerla como un asunto político y no individual. Por eso los sitios de memoria surgen como estruendos incómodos, marcas toscas que desentonan con el paisaje. 

En Argentina, las Madres nos enseñaron que las rondas en la Plaza de Mayo pueden traer a la memoria a 30 mil desaparecidos, aunque no haya ocurrido exactamente allí el acto de violencia que los arrancó de sus vidas. Los sitios son importantes porque son espacios simbólicos y políticos. Son instancias de encuentro y de elaboración para los que buscan, un marco de reconocimiento mutuo y de saberse acompañados en la lucha y en el dolor. Y también son espacios de construcción política, de organización y discernimiento frente a la impunidad.  

Los sitios muestran las deudas de una sociedad. En su incomodidad habita la memoria.

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