Del fascismo y otras porquerías

Columnas Plebeyas

Como todo gastroenterólogo sabe, para diagnosticar una enfermedad intestinal no basta opinar que todo excremento es asqueroso, aunque lo sea: es necesario ubicar con precisión cada excremento concreto en su categoría. Y es importante ser precisos porque cada diagnóstico exige un remedio distinto. Imagine el lector el ejemplo que quiera.

Del mismo modo, hay que ser precisos al caracterizar los distintos movimientos de extrema derecha que hoy plagan el mundo. Temo que usamos la palabra fascista con excesiva liberalidad, para condenar estos movimientos más que para describirlos. Y, en efecto, toda política ultraderechista es asquerosa. Por eso, llamar fascista a cualquiera que comparta los ideales de la extrema derecha es válido como juicio de valor, como llamar asqueroso a todo excremento. 

Pero no todo lo asqueroso es igual. Cada tipo de movimiento reaccionario requiere por nuestra parte un remedio distinto. Así, para caracterizar a un movimiento como fascista en términos más precisos no basta con juzgar sus ideas, pues lo que distingue al fascismo de los demás movimientos de extrema derecha no son sus ideales, sus valores ni su psicología, sino sus métodos. La extrema derecha puede conquistar el poder estatal de muchos modos, algunos legales, algunos pacíficos, algunos cuerdos… otros no. El fascismo es un método cuya característica definitoria es la movilización de bandas violentas que hacen el trabajo represivo que ni siquiera la policía y el ejército pueden hacer. Camisas negras, camisas pardas, camisas doradas.

Aunque es cierto que el acenso de cualquier ultraderechista (digamos, mediante elecciones) alienta la organización de bandas específicamente fascistas, desde el punto de vista práctico es útil distinguir al fascismo por lo que lo caracteriza: su disposición a la violencia extraestatal.

Y según el sapo, la pedrada. El discurso puede enfrentarse con discurso, las ideas con ideas, las campañas electorales con campañas electorales y la ignorancia con educación. La confrontación de ideas es la cosa más bella y más importante del mundo para educar a la gente.  Sin embargo, ni los mejores discursos ni las mejores ideas pueden proteger a una persona de un garrotazo. Para eso es necesario que “el verbo se haga carne”, que las ideas encarnen en cuerpos, en cuerpos organizados. Toda la gran riqueza de ideas de los movimientos antifascistas del pasado y el presente sería palabrería vana si no puede servir para generar organización.

Como el bravucón de la primaria, el fascista es cobarde: se mete con quien puede. Si diez, veinte, cien fascistas comprueban que pueden congregarse impunemente, no dudarán en ir a golpear a una dirigente popular o incendiar un refugio de migrantes. Pero si encuentran a cien, mil o diez mil personas organizadas impidiéndoles su congregación, lo más probable es que prefieran dispersarse y cada cual se vaya a su agujero.

Si no les impedimos congregarse hoy, cuando son cien, mañana serán mil.

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