Obradorismo y saber-hacer

Columnas Plebeyas

Vivimos en un mundo que se ha quedado sin referencias: el liberalismo ha arrasado con muchas de las nociones e instancias colectivas, haciendo que lo que impere sea el gran egoísmo: se diseñan en los medios masivos ideas a insertar en un montón de individuos que, a pesar de esto, se creen de lo más originales en su soledad predeterminada. Para hacer política se necesita ir en sentido contrario: defender la posibilidad de vida compartida y construirla al mismo tiempo; no desde las pretendidas grandes ideas sino desde la práctica conceptualizada que tanto defendió Gramsci bajo el nombre de praxis.

Ésta es una de las razones por las que el populismo puede incomodar tanto: mientras otros parten de la autodefinición medianamente clara (cuando menos en lo teórico), los populistas vamos al revés: hacemos cosas para intentar que todas y todos vivamos un poquito mejor y simultáneamente, a eso le damos sentido; no por un fetiche bizantino de claridad en las contemplaciones sino para replicar más fácilmente ideas que funcionan; creencias que facilitan que la dignidad se encarne en todas las personas aquí y ahora, dadas las condiciones reales del mundo en el que hoy vivimos. No nos es suficiente con imaginar al mundo en el que deberíamos vivir y refunfuñar porque no llega… A algunas personas les basta la promesa del Reino de Dios; a otras, a las que nos urge transformar la vida para bien, nos mueve darle fierros y cimientos a ese Reino aquí y ahora.

Es por eso que el obradorismo, como todo populismo, no pierde el sueño en definiciones grandilocuentes sino sólo en los conceptos necesarios para ampliar su práctica transformadora. Eso es, ya, reto suficiente; sobre todo en un mundo postliberal. No perdamos el tiempo ni la calma con el purismo atacado porque no cuadramos en sus lindes imaginarios.

¿Cuáles son, entonces, las principales referencias del obradorismo? Pregunta abierta a la que me gustaría aportar las siguientes intuiciones:

  1. La construcción de un sujeto político popular conectado con lo que Julio Aibar llama el mundo del trabajo y la conexión con los problemas reales de la gente que tenga la suficiente fuerza histórica como para transformar la realidad. Se trata, entonces, de un sujeto amplio y articulador que no requiere de vanguardias que le ayuden a interpretar el canon o la receta de su propia liberación (como cuentistas evangelizadores). Más bien, hay gente pensando en sus propias filas cómo replicar y encarnar ideas liberadoras en todas las instancias en las que esto sea posible. Dirigentes, y no las niñas y niños más listillos del salón.
  2. El rechazo al escolasticismo. Nuestro conocimiento se sistematiza en la práctica. Por eso lo llamamos praxis, o saber-hacer. Las contemplaciones están muy bien para darle sosiego al alma, pero no para hacer política.
  3. Creemos en el aprovechamiento del Estado y sus complejidades como una de las instancias de organización que pueden ayudarle al pueblo a impulsar intereses y remediar sus dolores.
  4. A pesar del punto anterior, asumimos también que sin organización social y colectiva no hay nada.

El obradorismo es, entonces, pueblo organizado. El porvenir estará marcado por la reconstrucción de las organizaciones perdidas y por el surgimiento de otras nuevas y mejores.

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