Joseph Goebbels, jefe de campaña de Adolf Hitler, se destacó por sus estrategias mediático-políticas. Quién no identifica su famosa frase: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”.
Nicolás Maquiavelo, en El príncipe, también explica la importancia de la mentira para manipular —a la sociedad o a la opinión pública— y la expone como una técnica (patriarcal) de política efectiva en la época.
La mentira puede configurarse al menos de dos formas: en la primera, es poco considerada como mentira, pero lo es: se miente por omisión. Es decir, se omite información sobre temas que pueden afectar o impactar en la vida de aquel a quien se le oculta; en otras palabras, consiste en manipular a través de la ignorancia. La segunda forma se configura con la acción de afirmar o negar algo, contradiciéndose interiormente aquello que la palabra dice exteriormente.
Es interesante que mentir provenga del latín mentiri y a su vez de mens, que significa “mente”. Tal vez por eso uno de los fines más relevantes de mentir sea manipular las mentes de otras personas, lo cual puede llevarse a cabo mediante diversas técnicas. Una de ellas se denomina gaslighting (“luz de gas” en español), en referencia a la película Gaslight (George Cukor, 1944), que retrata el abuso emocional que sufre una mujer por parte de su esposo. Él le niega credibilidad respecto de lo que testimonia, siente y cree, lanzándole frases como: “estás enloqueciendo”, “tienes una falsa apreciación o interpretación de la realidad”, “son tus inseguridades”, “estás exagerando”, “eres muy sensible”, “estás histérica”, “estás paranoica”.
A través de esta técnica, la persona manipuladora hace que la abusada empiece a dudar de sí misma, de lo que vio o le consta, y en cambio piense que “está perdiendo la cabeza” o que es una exagerada. Muchos testimonios de mujeres que sufren violencia familiar dan cuenta del uso de esta técnica de manipulación emocional y psicológica por parte de sus abusadores.
Si bien las mujeres pueden ejecutar también tal manipulación abusiva, es perpetrada con mayor frecuencia por hombres, ya que generalmente se necesita de una relación desigual de poder; en tal sentido, su aparición suele ser común en las relaciones de pareja heterosexuales y heteronormadas.
Sin embargo, el gaslighting no sólo se utiliza en el llamado ámbito privado, sino que también se replica en el público, es decir, en la política o en el ámbito laboral, una de las técnicas de la vieja y contemporánea política patriarcal. Sabemos muy bien que muchos políticos hacen afirmaciones falsas para no tener que rendir cuentas de sus omisiones o acciones, y para negarlas. Incluso no reconocen los hechos incluso cuando hay testimonio de ellos, ya sea por fotografías, grabaciones de voz o videos, y dicen: “¡eso nunca aconteció!”, o “¡no es como se está interpretando!”, “¡no lo dije así!”.
Para muestra, dos ejemplos de gaslighters en la política: cuando el otrora presidente del Instituto Nacional Electoral (INE) Lorenzo Córdova fue grabado refiriéndose de manera discriminatoria a las poblaciones indígenas, inmediatamente después negó los hechos ¡a pesar de las grabaciones de voz! Por su parte, Bill Clinton tuvo que enfrentar un juicio político por perjurio después de haber negado que sostuvo relaciones sexuales impropias con una becaria de la Casa Blanca: Mónica Lewinsky. Aunque al final fue exonerado, las grabaciones que probaban su relación existían ¡y eran un hecho! Después, Lewinsky escribió su versión acerca del vínculo que sostuvo con el presidente. Este asunto trasciende claramente el ámbito de lo privado, pues, como he he planteado en una entrega pasada, se trata de un ejemplo de corrupción basada en género.
Aunque es imposible que alguien nunca haya mentido, hay de mentiras a mentiras. Cuando el objetivo de mentir es manipular abusivamente para evadir responsabilidades, donde además tal evasión perjudica a terceros, debe sancionarse el hecho formal e informalmente. Si quienes mienten son “servidores” públicos o políticos con aspiraciones a serlo, estas prácticas deben de ser sancionadas.
Es importante que, en tiempo de campañas electorales, las mujeres que se postulen a cargos de poder público y, sobre todo, que se autodefinen como feministas, reflexionen sobre si reproducen prácticas políticas patriarcales como el gaslighting; asimismo, que lo repudien cuando lo practiquen colegas de partido, en la vida política o en el ejercicio de sus funciones como servidores públicos.
Aquellas que se autodefinen como feministas y que se encuentran en la política partidista o en el gobierno deben tener presente que el feminismo no sólo es una visión política del mundo y de cómo transformarlo, sino una práctica, una manera de vivir que tiende a corresponder con la postura política que se pregona. En ese sentido, la candidata o servidora debe estar dispuesta a ser crítica dentro del movimiento o partido político que la arropa en cuanto a las prácticas patriarcales de hacer política, incluso preguntarse si las ha normalizado, las reproduce o las hace o no, consciente o inconscientemente.
Además, la candidata o servidora debe cuestionar las prácticas sexistas, de abuso y corrupción basados en género de sus colegas en el partido y en el servicio público.
La diferencia que trae consigo el feminismo no es una “diferencia de”, como se conceptualizaba en la vieja tradición, es una “diferencia para” crear nuevos valores y nuevas representaciones que permeen toda la comunidad.
Si cuando estamos en la política o en el poder gubernamental no somos capaces de alzar la voz, cuestionar y repudiar las prácticas patriarcales de hacer política, como el gaslighting, nuestro feminismo se convierte en un feminismo a modo; y, en ese sentido, termina por ser un no feminismo que replica o invierte las estructuras de poder que hay que desarmar.