Parece que ser niña o niño nunca había sido tan difícil. Hoy día existen dos grandes posturas aparentemente dicotómicas con relación a la niñez, una de exaltación (sobreexplotación) y la otra claramente de denostación; las dos alentadas y funcionales al mercado.
Por un lado, la moda “odia niños”, que es promovida por la industria económica y reforzada por la cultura de consumo en sociedades adultocéntricas, ofrece una variedad de servicios y atracciones childfree, con la premisa de que si no tienes hijos o hijas no tienes por qué tolerar los ajenos. Es decir, se crean espacios donde el acceso a niñas y niños está prohibido no sólo bajo el argumento del espacio inapropiado, sino en el entendido de que su presencia es molesta para el resto de las personas. Para algunas es normal aceptar que “no les gustan los niños”, como si el respeto a un grupo específico no fuera un principio básico de tolerancia, empatía y convivencia social necesaria. Si cambiamos la palabra niños, por mujeres, ancianos, homosexuales o afrodescendientes, se visibilizaría fácilmente la segregación.
La otra gran postura se escuda en la exaltación de la niñez, pero cae en una sobreexplotación de ella. El mercado se ha encargado de ofrecer. más que nunca, una serie de artilugios y espacios “dedicados” a ellos y ellas, creando “necesidades” que no se conocían para llevar infancias “plenas y felices”. En este rubro están los objetos consumibles, toda la industria cultural: programas, películas, música, videojuegos, etcétera, o bien las y los niños convertidos y expuestos como productos de consumo en sí mismos.
A estas lógicas neoliberales sumamos una serie de atrocidades que se cometen contra las infancias día a día. Las cifras de maltrato, abuso, explotación y omisión de cuidados que diariamente viven las y los niños de nuestro país figuran alarmantes: se estima que el 60 por ciento ha sufrido maltrato en sus hogares. Somos el primer lugar a nivel mundial en abuso sexual, violencia física y homicidios de menores de 14 años, primer lugar en pornografía infantil, también se estima que sólo se sabe del 2 por ciento de los casos de abuso sexual, mientras se reporta que el 58 por ciento de las víctimas de trata son niñas, niños y adolescentes, entre otras crueldades. Al parecer, ser niña o niño hoy día se vuelve cada vez más difícil, los riesgos y las amenazas se han diversificado y vulnerarlos es muy fácil. El maltrato y discriminación están normalizados porque no denuncian, no se quejan públicamente, no se juntan a exigir derechos, no hacen tuits, ni marchas, ni videos virales. La sociedad es mucho más tolerante con un grupo de personas alcoholizadas haciendo escándalo que con niñas y niños riendo, jugando y siendo, por poner un ejemplo.
Sin temor a equivocarme, diría que las y los niños son el grupo más desprotegido contra la violencia sistémica; muchos de sus violentadores son las personas responsables a su cargo, pues los menores siempre dependen de alguien más para su total bienestar. Lo mínimo que les debemos ofrecer como Estado y sociedad es la garantía y el respeto pleno de sus derechos para poder tener infancias sanas, plenas y felices.