Llegamos todas

Columnas Plebeyas

Si en México la construcción de la democracia ha sido un proceso lento, la democratización para las mujeres lo ha sido más. Hace 200 años se eligió por primera vez al presidente del México independiente; sin embargo, tuvieron que pasar más de 100 años para incluir a las mujeres en las votaciones y 200 para elegir por primera vez a una mujer en la presidencia. 

La democracia en México ha sido distinta para las mujeres que para los hombres, cada derecho ganado ha sido un largo transitar de las mujeres organizadas y de grupos feministas; fue a finales del siglo XIX cuando el reclamo y la lucha por incluirlas se hizo escuchar, hasta 1953 se otorgó el derecho al voto y es en 1955 cuando finalmente las mujeres pudieron votar y ser votadas en elecciones federales.

Recordemos que México fue el último país latinoamericano en permitirle a las mujeres el derecho al voto, lo cual no significaría la inmediata y plena incorporación de las mujeres en la vida política del país ni en la toma de decisiones. 

La participación de las mujeres en el espacio público en México no ha sido fácil. Las mujeres, a diferencia de los varones, han tenido que demostrar que son capaces y que tienen las credenciales suficientes para ejercer cargos; sobre ellas se ejerce más violencia, se les observa más (porque en la sociedad aún quedan vestigios de la concepción de que el espacio público no es de origen destinado a ellas), se les juzga con mayor severidad (porque en el fondo la sociedad no les perdona que hayan decidido jugar un rol destinado a los hombres) y encima la mayoría tienen que jugar con las reglas que el sistema político patriarcal impone, pese a las condiciones de desventaja en que las coloca.

La lucha de las mujeres no es la del poder por el poder, no es un capricho, ni una vulgar ambición, ni un sinsentido, sino una constante y larga lucha por consolidar derechos humanos, construir sociedades más justas, menos violentas y con mayor igualdad de oportunidades.

Por primera vez en 200 años tendremos a una mujer al frente de esta nación, una mujer que viene de un largo trabajo de organización social, que tiene una larga trayectoria en la academia, un perfil técnico y científico con perspectiva humanista, que ha ejercido varios cargos dentro de la función pública y con una fuerte militancia; es decir, una mujer que ha mostrado todas las credenciales necesarias para llegar hasta donde ha llegado hoy. 

Cuando decimos que con Claudia Sheinbaum llegamos todas, nos referimos a que su elección es producto del trabajo organizado de muchas mujeres que la anteceden, no de ahora, sino desde hace dos siglos; también es producto del deseo genuino de las mujeres de ser consideradas en la toma de decisiones, de la necesidad de ser escuchadas, de colocar temas específicos en una agenda de políticas públicas, de la certeza de que las mujeres ejercemos el poder de manera distinta, de una manera mucho más democrática, consensuada y compartida que nos pueda llevar a la construcción de una sociedad más justa. 

Con una jefa de Estado, nuestro país se posiciona como uno de los pocos países a nivel mundial dirigido por una mujer. El reto y compromiso para la nueva presidenta no es sencillo, las expectativas son muy altas, no sólo por suceder a uno de los presidentes más populares de los últimos tiempos ni llevar sobre sus hombros la dirigencia de un movimiento, sino por el simple hecho, también, de ser mujer.

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