¿Por qué apostar a la continuidad?

Columnas Plebeyas

La polarización dio vida a una democracia que en México sólo existía en las tertulias de los intelectuales orgánicos. A partir de que en la arena se presentaron dos propuestas antagónicas, se intensificó la discusión pública. Por supuesto, para el círculo rojo esto implica una  gran incomodidad —tal como lo hicieron notar desde antes de que iniciara este sexenio—, pero para el resto de la población ha significado tener a su alcance más canales para expresar sus inconformidades.

Hoy más que nunca los funcionarios públicos son observados. Por dar un ejemplo, en cuanto se divulgó en redes sociales que la ahora extitular de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Josefa González-Blanco Ortiz-Mena, solicitó, arbitrariamente, que se retrasara un vuelo, no tuvo más remedio que presentar su renuncia. Esos gestos de diferenciación con los ciudadanos comunes eran un signo muy propio de los viejos tiempos. En la dimisión no intervino ninguna institución autónoma u órgano desconcentrado, bastó la opinión popular. Entre los integrantes del aparato burocrático persiste la sensación de que en cualquier momento han de ser llamados a rendir cuentas.

A lo largo de estos cinco años de gobierno, muchas cosas han cambiado. Afortunadamente, la opinión pública dejó de reducirse a la publicada. A mi juicio, eso es lo más importante que se transformó en este sexenio: la política dejó de ser un asunto de expertos y se convirtió en una cuestión común.

Probablemente, eso sea lo que más le incomoda a un personaje como Denisse Dresser, que ya poco puede hacer valer sus títulos en Princeton, pues su opinión vale lo mismo que la de cualquier otro ciudadano. En personajes como ella persiste un profundo desprecio por la igualdad sustancial. Por ello, defiende a capa y espada que permanezcan intactas las instituciones que intereses afines a los suyos mantienen capturadas. Sin caer en cuenta de lo contradictorio de sus posturas, insiste en hacer pasar por democracia un modelo en el que existían ciudadanos de primera y de segunda.

Paulatinamente, en este gobierno la opinión del experto fue desplazada por la voluntad popular. Esto no quiere decir que no exista gente suficientemente preparada en la administración pública —incluso algunos lo están bastante más que sus antecesores. Más bien responde a que realizan una labor distinta. La principal función del personal técnico ya no es establecer directrices generales desde el escritorio, sino plantear soluciones a las demandas que se enuncian desde el territorio.

La mañanera es un ejercicio clave para entender esta nueva dinámica. Durante la conferencia diaria, el presidente no sólo es blanco de las preguntas de los reporteros, también de una serie de peticiones para resolver conflictos, aparentemente particulares. Diariamente somos testigos de cómo  se conducen las exigencias populares. Hasta antes de iniciar este gobierno se intentaba a toda costa que los conflictos “contaminaran” la discusión pública y se “politizaran”. Hoy todo está politizado. Y en gran medida esto es la causa de que persista un apoyo mayoritario al proyecto federal.

Hay indicadores clave para explicar este respaldo: un incremento sin precedentes en los salarios (no sólo el mínimo), la reducción del desempleo, la expansión de la inversión social y en infraestructura, e incluso la disminución de la incidencia delictiva (aunque es necesario reconocer que aún estamos lejos de un escenario ideal): todos estos factores impactan en la vida cotidiana de la gente, aunque por sí solos son insuficientes para explicar el cierre de filas en torno a una figura de liderazgo.

Mientras Xóchitl Gálvez descartó continuar con las conferencias mañaneras, hace una semana Claudia Sheinbaum aseguró que mantendría el ejercicio. Espero que esta decisión la haya tomado bajo la conciencia de que la credibilidad del actual gobierno deriva en parte de la forma inmediata y cercana con la que ha hecho política. La gente cree que el presidente es uno de los suyos porque se comporta como uno de los suyos. Somos testigos de un nuevo ethos en la política mexicana.

En este sentido, la principal preocupación en la sucesión es mantener vivo el estrecho vínculo que se ha construido entre pueblo y gobierno, lo que tiene un valor simbólico, pero también uno práctico. Un ejemplo es el Tren Maya: a diferencia de otros megaproyectos, a los habitantes de la región no se les concibió únicamente como población beneficiada, sino también como partícipes en la toma de decisiones. Así, se consensuó el proceso en tiempo récord. No es fortuito que las protestas que acontecieron el día que se inauguró uno de los tramos no se enfocaron contra la construcción, sino que alzaron la voz por la exigencia de continuar con las obras complementarias.

Sobran datos para mostrar la eficacia que ha tenido esta visión colectiva de la política.

Por supuesto, hay ámbitos en los que se tiene que seguir avanzando y otros en los que se debe corregir el rumbo. Pero, ante la inminente retirada del principal dirigente del movimiento, la mejor apuesta es continuar un proyecto que ha priorizado lo común sobre lo individual: poco a poco, la comunidad puede llenar el vacío que dejará.

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