Sin habérmelo propuesto, estoy empezando a escribir sobre filmes que merece el esfuerzo discutir, no sólo por lo polémico de sus temas y contenidos —que con mayor frecuencia empiezan a abordar viejas problemáticas de novedosas maneras que nos interesan a las feministas y a algunas mujeres—, sino porque reflejan realidades sociales que se han complejizado con el reconocimiento y avance de nuestros derechos, así como los nuevos retos que implica, entre otros aspectos, tener nuevas leyes, que cada vez más mujeres ocupen puestos clave en instituciones privadas y públicas, que la reacción de las mujeres frente a los abusos (machistas) haya transitado del silencio al estruendo, de la mesurada abnegación a la (digna) rabia.
En esta ocasión quiero compartir lo bien lograda que está la película orgullosamente mexicana Un actor malo, de Jorge Cuchí. El filme refleja nuestra realidad: la problemática de la impunidad, los laberintos burocráticos y la todavía resistencia incrédula de muchos hombres y mujeres cuando se enteran de un abuso sexual o machista por parte de algún hombre conocido. Por increíble que parezca, sigue rondando la idea fantasmagórica del monstruo sexual: se busca seres malignos, hombres con historiales de violencias o comportamientos nefastos; pero, qué sorpresa, los violentadores sexuales siguen siendo en su mayoría amigos, cónyuges, excónyuges, tíos, padres, hermanos, deportistas admirables, políticos con aparente reputación intachable, etcétera.
Un actor malo refleja lo complejo que es nombrar la violencia sexual; en específico, la violación y su relación con el consentimiento en las leyes penales mexicanas que, valga la pena decirlo, pese a la intervención de las feministas en la década de 1990, aún no logran dejar atrás su núcleo masculino. El filme trata de dos actores jóvenes (Sandra Navarro y Daniel Zavala, caracterizados por Fiona Palomo y Alfonso Dosal) que trabajan en una película en la que en una escena sostienen relaciones sexuales consentidas. Un día antes, en lo que parecen los camerinos, el equipo de filmación, sus compañeras y compañeros, inician una discusión sobre las actrices y actores famosos que han tenido relaciones sexuales reales mientras actúan y filman su escena íntima. Se logra escuchar algo como: “dicen por allí que le da más veracidad a la escena”. Ante el cuestionamiento de los demás sobre si fueran capaces de hacerlo, el actor Daniel Zavala asegura que él no tendría problema con hacerlo, pero la actriz Sandra Navarro expresa rotundamente su negativa: ella nunca lo haría, es una actriz profesional.
Al momento de filmar la escena, en plena actuación del acto sexual, el actor le pregunta a Sandra Navarro: “¿Sí?”. La actriz no responde, aunque al terminar la escena se muestra un poco perturbada; sólo queda plasmada en la grabación del filme un sutil pero evidente cambio en su rostro, una expresión de horror (?), miedo (?), consternación (?). Suceden muchos eventos que abren líneas de análisis, desde un intento de linchamiento al actor después de que la escena grabada con la actitud desfigurada de la actriz es colgada en las redes sociales, con feministas vestidas de negro, encapuchadas —representadas como violentas de manera exagerada hasta lo absurdo— y que casi lo matan, hasta el atropellamiento vehicular de parte del actor desesperado cuando se ve atrapado entre la multitud de mujeres.
La película refleja muy bien lo que las investigaciones feministas denunciaban desde la década de 1970; se muestra al actor como un hombre que pensó que la violación le gustaría a su víctima (la actriz). Según Daniel, se trató de un “juego”, pensó que a Sandra le gustaría, y tal cual cuestionaron reiteradamente a la actriz, ella no gritó. Esto, para muchas y muchos de los personajes de Un actor malo se tomó como una expresión de su consentimiento.
Por otro lado, en la complejidad de la trama, el actor es representado como un responsable y amoroso padre de familia, quien al enterarse de los ataques que reciben su esposa e hijo recién nacido por parte de la muchedumbre de mujeres enardecidas, pierde los estribos: golpea a la actriz y no deja de gritarle que es una loca mentirosa. Entre todo, lo más tenaz de la película es la demostración de que en México las actuales leyes penales que sancionan el delito de violación sexual son obsoletas e insuficientes. La escena que no puedo borrar de mi cabeza ocurre cuando el abogado le lee a la actriz las definiciones vigentes de la violación y violación equiparada. La primera ocurre cuando se usan la violencia física o moral para tener relaciones sexuales como medio específico para la comisión de este delito y mediante el cual se demuestra la falta de consentimiento; la segunda, cuando a falta de violencia física o moral (que se convierte en agravante) la víctima es una persona que no tiene la capacidad de comprender el significado del hecho o por cualquier causa no puede resistirlo: el caso de la actriz no encuadra en ninguna. Si bien ya contamos con criterios y precedentes jurisprudenciales sobre cómo se deben interpretar la violencia física o moral y sobre el tema del consentimiento, son insuficientes.
Por ello, considero que es necesario discutir el vigente tipo penal de violación para reflexionar cómo hacer que el eje de su comisión sea el consentimiento. Un actor malo invita a pensar este tema tan complejo, a la luz de lo que ya se ha hecho en otros países y de los límites al respecto.