En 1917, pocos meses después de que se promulgara la actual constitución mexicana, la feminista Hermila Galindo desafió la novísima ley postulándose como candidata a diputada, bajo el argumento de que el artículo 34 estaba redactado en masculino y, como era sabido, lingüísticamente esa voz incluía a las mujeres. La aspirante Hermila no era ingenua, sabía que los constituyentes se habían negado a legislar el voto femenino, aunque decían recoger la agenda revolucionaria de justicia. Al postularse, Hermila puso en tela de juicio la convención patriarcal de que el modo masculino de la lengua es universal, evidenciando la incongruencia de afirmar, por un lado, que la voz hombre era equivalente a todo lo humano, mientras que en la ley ese masculino sí resultaba limitativo.
La discusión feminista sobre el lenguaje ha sido profunda, muy intensa y también ha tenido logros indiscutibles. Si hace 20 años todavía era común que lo masculino se considerara aglutinante de todas las personas, en 2023 en muchos espacios se ha introyectado que no es así, al grado de que es políticamente incorrecto no desdoblar el género gramatical. Pero, como se observa, tuvo que pasar alrededor de un siglo para que se fincara esta idea y se convirtiera en sentido común que el masculino no es universal y, en términos jurídicos, políticos y culturales, se creara consciencia de que importa mucho a quién se nombra, como evidenció Hermila Galindo.
Recientemente, comienza a utilizarse la -e para designar un nuevo no-género gramatical, que ha logrado colocarse de forma avasallante, pues comienza a percibirse que para ser incluyentes es necesario nombrar a las personas no binarias. La -e todavía crea disputas, de un trasfondo político ineludible. Al decir todes, el ultraconservadurismo de corte confesional más recalcitrante de nuestro país ve un peligro que atenta contra la heteronorma. De acuerdo con su línea de pensamiento, que deviene de lo que consideran dictado por dios, defienden a capa y espada el masculino universal que en su época intentó contener a Hermila Galindo.
El sector, que encuentra eco en personajes como Lilly Téllez, cree que la familia es unívoca y está compuesta únicamente por parejas heterosexuales, mientras rechaza toda manifestación de una sociedad en la que hay derechos garantizados para las disidencias sexuales. Por otra parte, tanto un sector no confesional de la derecha como la izquierda progresista (que históricamente ha sido laica) están de acuerdo en la progresividad de los derechos de ese sector, y ponen todes en letras enormes, lo dicen en entrevistas, tuits o videos. Tales son los casos de la maestra Defina Gómez, interesada en garantizar derechos en el Estado de México, más recientemente de la alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada, o hasta de la panista que se dice de izquierda Xóchitl Gálvez.
En la jerga popular cada vez se utilizan más el todes o amigues (y todo tipo de incorporaciones de la -e hasta sus últimas consecuencias) como un nuevo género universal, similar al que había logrado desterrar el feminismo. En estos casos se asume que decir hola a todes expresa inclusión de todas las personas presentes, aunque en ese grupo incluso puede no haber ninguna persona no binaria. Esta utilización cada vez más recurrente a nivel cotidiano, desde mi punto de vista, fue acogida tan fácilmente porque hay una costumbre de universalizar desde el género gramatical, quizá por practicidad, pero también por desconocimiento de a quienes se designa. Tras siglos de creer que la experiencia de las mujeres se puede omitir, obviar o incluso menospreciar, la -e se suma a la tendencia de desaparecer otra vez la necesidad imperiosa, demostrada por generaciones de feministas, de nombrar a las mujeres.
Seguramente seguiremos observando la tendencia de incorporar la -e en muchos espacios políticos, y miraremos si, al igual que la lucha de las mujeres —más de la mitad de la población—, las personas no binarias logran incorporar tal terminación desdoblada en las leyes. Esa discusión es muy profunda y también inminente. Por lo pronto, resulta indispensable para las mujeres insistir en que nosotras no podemos dejar de ser nombradas y que la -e es específicamente funcional para las personas no binarias. Así como Hermila Galindo logró evidenciar que el masculino se usaba a modo y que era muy fácil excluir a las mujeres con su uso, insistamos en no regresar a una nueva universalización patriarcal.