Los caminos de extravío de la Sierra Mariscal

Columnas Plebeyas

La Sierra Mariscal es la región fronteriza de Chiapas (y de México todo) donde en los últimos meses se instalaron el terror y la violencia. Parecía una visita temporal, pero ahora vive ahí como vecina de toda la vida. Todo empezó en Chamic, el crucero de Chamic, ahí donde la carretera que va de Frontera Comalapa a Comitán hace intersección con la que lleva al paso fronterizo de La Mesilla, pero donde también asoman discretamente múltiples caminos de extravío.

Por esos caminos de extravío pasa de todo, pero no pasa nada. Pasan camionetas de redilas llenas de migrantes, pasan caravanas de camionetas Escalade con vidrios polarizados, pasan pickups artilladas… y no pasa nada.

“Camino de extravío”, vaya concepto. Ya no basta con decir “camino de terracería”, ahora son esos “caminos de la acción y efecto de extraviarse” (eso es “extravío”, de acuerdo con la Real Academia Española —RAE—, que nunca logra explicar nada). Podemos acudir a las etimologías grecolatinas, que nos dirán que son “caminos fuera del camino”, pero eso tampoco explica nada. También podría ser la segunda acepción: el “camino del desorden en las costumbres”; o, de acuerdo a las opciones de sinónimos que ofrece el mismo diccionario: el camino del descarrío, del desliz, de la aberración, de la corrupción, de la perversión… los caminos a la perdición, pues, como aquella película de asesinos desalmados pero apasionados donde actúan Tom Hanks, Paul Newman y Daniel Craig.

Pero esos caminos de extravío de Chiapas no son de grandes estrellas de Hollywood, sino de anónimos en la nota roja. Si se pone “camino de extravío” + Chiapas en el Google (limitando los resultados a 2023) esto se puede encontrar: “Sujeto que obligaba a un grupo de migrantes a meterse en un camino de extravío, a la altura de la antigua caseta de migración, Huixtla a Villa Comaltitlán, balea a un agente de seguridad privada”; “Intensa movilización de las unidades de seguridad se vivió en un camino de extravío que tiene su ingreso por la zona del crucero hacia Cintalapa”; “el imputado mediante el uso de la violencia física le impuso la cópula a la víctima, en un camino de extravío que conduce al embalse del ejido Jericó”; “La refriega se da en un camino de extravío”; “Un migrante originario de Senegal fue herido de un disparo en el abdomen al oponerse a un asalto, luego de internarse en un camino de extravío en el ejido Pacayalito”; “Se presume que la forma de asesinarlo fue a machetazos, logrando decapitarlo y arrojarlo a un camino de extravío”.

En eso consiste también el extravío, se extravía el nombre, se pierde la persona, se pierde el rostro y se pierde la historia. Las personas ahí se convierten en “un masculino”, “una femenina”, un “sujeto”, un migrante, una víctima. La historia de todas esas personas queda grabada con una prosa mecánica e impersonal, tan insípida e incolora como el agua que nos permite tragar, sin chistar y sin muecas, sin dolor y sin llanto, las historias vacías de historia de tantas vidas que se pierden en los caminos de extravío. 

Road to Perdition, la película de Sam Mendes que cuenta la historia de Michael Sullivan, John Rooney y Connor Rooney, es un día de campo comparada con las historias de los caminos de extravío de Chiapas.

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