Pobreza como insulto

Columnas Plebeyas

Come cuando hay, muerto de hambre, pobre diablo, hambreado, jodido, gato, asalariado, marginal, pobretón, rascacazuelas, perro de fandango, mugroso, rugidor de tripas, trespesino, agropecuario, rupestre, limosnero, corriente, poca cosa, pelado, limpiapisos, recogepesos… son tan sólo algunos de los insultos recurrentes en México donde la condición de pobreza es el eje central para denostar al otro. 

La pobreza como insulto es una consecuencia del desprecio histórico y sistemático que ha habido por las clases que no pertenecen a las élites, categorizadas como inferiores, criterio que ha servido para justificar la permanencia de los ventajosos y la reproducción histórica de las clases sociales.

La estratificación social está tan normalizada que hoy día nadie se cuestiona el origen de las grandes fortunas, la gran desigualdad que existe, ni los muchos privilegios de las clases altas: se da por sentado que esos privilegios les pertenecen de origen.

Todos los días vemos gente “pobre” insultando a gente “pobre”, con adjetivos donde la “ofensa” central es la condición de pobreza. Quien dice esos insultos pretende deslindarse de esa condición, marcar diferencia, decirle al mundo que pertenece a otra clase social, que es merecedor de un trato distinto, por lo que los privilegios de la clase alta también le pertenecen. Mucha gente rechaza aceptarse o percibirse como “pobre” porque sabe que la condición de pobreza trae consigo un rechazo permanente, sistémico y sistematizado, que excluye de derechos, accesos a oportunidades y a mejores condiciones de vida. Esta lógica de desprecio es reforzada constantemente desde muchos frentes: la industria del entretenimiento, la clase política, la clase alta, instituciones, lo vemos incluso en la cultura popular; es común escuchar locutores, personas dedicadas al entretenimiento, personajes públicos, ver páginas o memes que ridiculizan la pobreza, se mofan de las carencias, desprecian gustos, estilos de vida y todo lo que haga alusión a condiciones de precariedad. El esquema de valores capitalistas también hace lo suyo, impone como idea de felicidad y éxito la posesión de bienes materiales a costa de lo que sea y como sea.

La ausencia de conciencia de clase se nota mucho en la sociedad mexicana, a pesar de que, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el 72.9 por ciento de la población tendría un tipo de carencia y tan solo el 27.1 por ciento tiene cubierta las necesidades de vivienda, salud, educación, alimentos, recreo, transporte, comunicación, derechos y servicios de calidad; a pesar de esto, muchos mexicanos se consideran “clase media”.

Sin lugar a dudas, necesitamos adquirir mayor conciencia de clase, hacer comunidad y dejar de reproducir esas lógicas que acrecientan la desigualdad, es necesario construir narrativas de éxito, bienestar y pobreza alternas a lo dictado por el mercado y las élites. De momento, podríamos comenzar por repensar nuestras ofensas: en vez de poner a la pobreza económica al centro de ellas, podemos comenzar por poner en evidencia el enriquecimiento ilícito, la explotación, la usura, el despojo, el tráfico de influencias, la ausencia de ética o la evasión de impuestos. 

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