Con la llegada de la Guardia Nacional a las instalaciones del metro en la Ciudad de México, derivada de una decisión del ejecutivo en la capital ante sucesos atípicos que ponen en riesgo la seguridad de los usuarios, vuelve a emerger en la discusión pública la palabra “militarización”, como una crítica a tal medida. Como en otros momentos, la palabra es usada por el poder mediático para poner el foco de atención en un fenómeno que no han podido discutir seriamente la mayoría de comentaristas y analistas. Y la verdad es que la palabra entorpece el diálogo público a fuerza de enganchar a los oyentes.
Por una parte, la palabra “militarización” es un concepto ambiguo porque refiere un suceso en transición, que está en proceso. Es algo que es y no es, y por lo mismo se puede decir cualquier cosa sobre él. Así, definir los aspectos a los que alude es considerar de entrada que no están bien delimitados y se tiene que buscarlos, explicarlos, ilustrarlos. Se vuelve, pues, un tema de claustro. Aunque ciertamente en la vida pública el concepto desprende un halo negativo, muy parecido al que se confiere al enunciado: “Nos vamos a convertir en Venezuela”. Nadie sabe exactamente qué es eso, pero hay que temerle.
Hay, pues, una trampa mediática cuando se emplea el concepto de “militarización”, pero no solamente. Dependiendo del contexto en que se use, la palabra puede variar en su significado; en un momento puede referirse a la sustitución de elementos civiles por castrenses en aéreas de la vida pública destinadas originalmente al poder civil; en otro, puede indicar la adopción de lógicas militares en las formas de hacer política. También puede aludir, como una vez lo comenté en otra parte, a la política militar de cualquier gobierno, como existe una “política económica” o una “política social” acorde al programa de una administración dada. Es necesario, por lo tanto, fijar bien los sentidos del concepto cuando sea empleado y a partir de allí discutir lo bueno, lo malo, lo feo.
Por otra parte, hay un riesgo mayor en emplear de manera indiscriminada el concepto de “militarización” que orilla a cancelar de principio nuestra comprensión de la política, pero más específicamente la política en el actual contexto de transformación de la vida pública. Y no me refiero solamente a la discusión sobre la creación de la Guardia Nacional o la extensión de la presencia de las fuerzas armadas en la seguridad pública. La mayoría de las ocasiones discutir “la militarización” conlleva aceptar que hay cierta “contaminación” de lo castrense en lo civil, lo cual nos dirige a desvincular ese fenómeno de las demás partes que lo rodean y pensar que todo lo que sucede en la actual administración se define por el aspecto militar.
Analizar de tal forma ese fenómeno es determinista. Precisamente me hace recordar un texto de Arnaldo Córdova titulado “Política e ideología dominante” en el que, basándose en las notas de Antonio Gramsci sobre Nicolás Maquiavelo, hace ver lo absurdo que es pensar que el funcionamiento del poder político se reduce “al grosero interés económico corporativo” o la fuerza física (militar o policiaca). Si así fuera, no tendría caso hablar de poder político.
Precisamente, discutir de “militarización” en el actual momento no nos debe hacer olvidar que estamos pasando por una forma específica de ejercer el poder político por parte la transformación propuesta por el gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador, quien mediante la lucha política ha conquistado el consenso de una mayoría y quien nunca ha usado la fuerza física para ganarse la voluntad política de los demás, que es lo que quieren hacer pensar muchos que hablan de “militarización”.
Por lo tanto, lo más sano para nuestro diálogo público es comprender cuál y cómo ha sido la lucha política de López Obrador, y a partir de ahí integrar en ese análisis cuál es la función específica que se les asignan a las fuerzas armadas en ella. En una de esas empezamos a debatir el “civilismo” del poder militar.