A 1 de octubre de 2024, en el inicio del segundo piso de la cuarta transformación de la vida pública de México
Querido Andrés Manuel:
¿Por qué? ¿Por qué no te quedaste sólo como un hilito de esperanza para millones de mexicanos? Antes del 2018, a muchos nos bastaba con que fueras aquel que nunca se rindió, aquel que nunca nos mintió. Porque sucediera lo que sucediera en aquellas elecciones, ya teníamos un huequito para ti en nuestro pecho. ¿Por qué triunfaste, Andrés? ¿No te era suficiente con que fuéramos envases llenos de ilusiones, ciudadanos que sólo conocían las calles como protesta, organismos desperdigados, gente que sólo vivía en su metro cuadrado lanzando diatribas contra el capitalismo y amando la congruencia de sus amigos?
¿Por qué, Andrés? ¿Por qué si sabías que estábamos enfermos de esperanza nos llamaste a encabezar una silenciosa transformación real, material, que avanzaba lenta, pero con paso firme, reconstruyendo todo a su alrededor, renovando todo a su paso? La esperanza se convirtió en acción y la acción nos transformó a nosotros, y el plan que habíamos concebido inocentemente para nuestras vidas de repente retoñó en otra forma. Ahora entiendo a Adolfo Gilly cuando en su hermosa biografía dedicada al general Felipe Ángeles escribió que “una revolución no es solamente lo que sucede en las armas sino ante todo lo que sucede en las almas”. Ya no somos los que fuimos: esos complacientes que se asumían derrotados en un mundo destrozado por la decadencia y la corrupción del viejo régimen.
No sólo nos diste esperanza, sino también eficacia. Depositaste la confianza que nadie jamás había puesto en nosotros. Sabías que no te dejaríamos solo. Había una ruta, tu ejemplo. Y nos lanzamos sin miedo, con un puñado de luces, con las pocas herramientas de nuestro oficio, nuestra mucha o poca inteligencia y con la gran pasión que desata el amor al prójimo. En un abrir y cerrar ojos ya no éramos quienes estaban esperando los beneficios de la transformación, sino sus impulsores, los hacedores, responsables de atizar las conciencias, de conducir, de servir y confiar en el pueblo de México.
Y te pregunto: ¿por qué, Andrés?, y yo sé que tu respuesta sería casi la misma que le diste a la hora presidenta Claudia Sheinbaum, cuando en un momento difícil de su vida le comentaste: “Tú no puedes dejar de ser quien eres”. Esa es la transformación interna, en espíritu, que también tú sabías que estaba atravesando cada uno de nosotros. Porque sabías que este proceso de transformación estaba ligando a seres que no se reconocerían en una circunstancia diferente, y eso generaría todo tipo de desencuentros dentro de un orden que se concebía natural y único. Esa es nuestra historia de lucha social, la que nos define, que nos hace parte de una gran hermandad de millones de mexicanos.
Ahora te retiras, Andrés. Nos dices “adiós, adiós”, reafirmando con ello la despedida definitiva, porque ya no sabremos nada de ti en la vida pública. Te vas seguro de que enseñaste todo lo que sabías, pero también nos dices: “les dejo mi corazón”. Yo te digo gracias por todo, Andrés Manuel; me quedo con estas palabras tuyas: “Ustedes no sólo representan la conciencia honrada que se subleva ante la injusticia; ustedes luchan por una nueva vida y trabajan por una patria nueva”.