Lula da Silva: Ordem e Progresso

Columnas Plebeyas

Lula, como afectuosamente le conocemos en todo el mundo, fue el primer presidente que logró que las y los jóvenes de barrios populares y extremadamente pobres pudieran asistir a la universidad con becas otorgadas por el gobierno, generando entre los años 2003 y 2011 —los de su presidencia— los primeros profesionistas de hogares que hasta ese entonces eran principalmente de gente que trabajaba con las manos: obreros, campesinos, trabajadoras del hogar.

También durante la presidencia de Lula alrededor de 30 millones de brasileñas y brasileños se elevaron por encima del umbral de pobreza y se sumaron a la economía de mercado, lo cual se acompañó de programas sociales que beneficiaban a las personas más pobres; esto, además, generó una inclusión de primera vez en Brasil: las personas pobres fueron contempladas y tuvieron derechos. 

Cuando Lula concluyó su mandato había una economía en auge, la tasa de desempleo era menor a la de países como Estados Unidos o Alemania. La nueva clase media accedía a mejores trabajos y salarios, lo que a su vez repercutía en un consumo más sólido, acompañado de un boom de producción que se exportaba de todo Brasil hacia cada país de América Latina, librando así la recesión de 2008, de modo que el sudamericano fue el último país en caer en ella y el primero en salir, ejemplo para todo el continente. 

En contraste, durante el gobierno de Jair Bolsonaro, Brasil regresó al mapa del hambre de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), después de ocho años de abandonar la lista gracias a los programas sociales impulsados por el presidente Lula y la presidenta Dilma Rousseff.

Hoy, en el país más poblado de América Latina hay al menos 33 millones de personas que pasan hambre, según los datos de la Red Brasileña de Investigación de la Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Penssan), a quienes deben sumarse los más de 60 millones de personas que sufren inseguridad alimentaria, es decir, no tienen acceso suficiente a la comida a pesar de vivir en un país que con Lula terminó como uno de los mayores productores y exportadores de alimentos del mundo.

Esta crisis se agravó durante la pandemia del COVID-19, y no nos han sido ajenas las dolorosas imágenes de personas buscando en la basura huesos y restos de alimentos, a raíz de lo cual muchos supermercados comenzaron a vender huesos y leche diluida para que fueran adquiridos por las personas más pobres. También muchos supermercados brasileños pasaron a vender huesos y leche aguada para incentivar las compras entre los más desfavorecidos, en un claro ejemplo de que el mercado nunca pierde. 

Pero el hambre y el empobrecimiento no son los únicos legados de Bolsonaro: la deforestación descontrolada también agravia a su país y a toda la región, puesto que la Amazonía brasileña registra las peores tasas en la materia de los últimos 15 años, acompañada de  incendios dolosos que se han intensificado hasta alcanzar el nivel más crítico desde 2010. Estas afectaciones se han realizado en absoluta complicidad con el crimen organizado, persiguiendo a indígenas, periodistas y defensoras por proteger el bosque tropical más grande del mundo.

Lula regresa al poder para encontrar un país económicamente arrodillado pero a un pueblo con una dignidad profunda que recuerda los logros del pasado y luchó en las urnas para recuperarlos en el presente. Los retos serán mayúsculos pero no podríamos encontrarnos ante un escenario más alentador, que hoy anuncia su regreso a Brasil. 

No tengo duda alguna de que pronto veremos resurgir a las y los brasileños con la promesa de su bandera ya cumplida: Ordem e Progresso

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