El corazón resistente de la Ciudad de México

Columnas Plebeyas

Del corazón de Copilli lanzado por Huitzilopochtli desde el cerro del Tepetzinco nació el nopal en el que, años después, un águila devoró a la serpiente que con sus garras mantenía como presa. Con ello germinó el corazón de la Ciudad de México que se ubica, desde entonces, en el sitio al que hoy llamamos Zócalo. 

Antes conocido como Plaza Mayor, Plaza de Armas o Plaza del Palacio, el Zócalo guarda, además de siglos de historia e identidad, la resistencia a imposiciones de lo que no nos representa, y se manifiesta cada vez que nos referimos al corazón de nuestra ciudad, que se llama Plaza de la Constitución, un nombre hace referencia a una carta magna que no es la nuestra, sino la de Cádiz de 1812.

Llamar con el nombre de zócalo a una plaza central sólo sucede en México. El nombre se extendió a las demás poblaciones del país en las que, sin excepción y a pesar de que sus plazas lleven un nombre distinto, la resistencia a utilizar el mote oficial responde al sentido que hemos construido de una palabra que de origen tiene otro significado, sobre el que, sin embargo, hemos construido otro que sólo a los mexicanos nos pertenece y con el que nos hemos opuesto a que nos impongan como si fuera nuestra una historia que es de otros.

Zócalo significa, para quienes no son mexicanos, “base que sostiene a otra base”: un pedestal. ¿Por qué entonces llamar así al corazón de la ciudad? Antonio López de Santa Anna quiso poner en el centro de la plaza un monumento a la independencia, pero los problemas económicos y políticos de entonces lo impidieron, por lo que quedó solamente la base del pedestal. Eso dice la historia oficial, una que oculta lo que sucedió antes.

El origen de aquel pedestal, o zócalo, no tenía como intención original la de colocar un monumento a la independencia, sino un mausoleo a la pierna de Santa Anna perdida en batalla durante la Guerra de los Pasteles. Su Alteza Serenísima, con un narcisismo aún más grande que su nombre, pretendió ofrendar la prueba de su sacrificio por la patria y, como si se tratara de una reliquia sagrada, le pareció que su pierna —carne de su carne y dueña de cinco de las seis uñas que le faltaban— debía reposar en el corazón de México a la vista de todos.

La reacción del pueblo ante tal muestra de petulancia no fue la que el Gran Maestre de la Orden de Guadalupe esperaba. Una multitud furiosa, porque no sólo le habían arrebatado su mercado sino que en momentos de enorme crisis se gastaba dinero para exaltar un miembro de quien era responsable de esa crisis, tomó la pierna, la amarró a un mecate y la arrastró por lo que hoy conocemos como el primer cuadro del Centro Histórico de la Ciudad de México, hasta que quedó pulverizada. Ya después, y ante la falta de la pierna, surgió la idea de hacer un monumento a la independencia.

Tras unas excavaciones, la base del monumento que nunca existió fue hallada en 2017, en el mismo sitio donde hace 500 años inició la resistencia que hoy continúa con sólo nombrar a este lugar tal como le decimos: Zócalo.

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