Poor things: hombres custo-Dios y mujeres infantilizadas

Columnas Plebeyas

El 10 de marzo, Emma Stone fue galardonada con el Oscar a mejor actriz por la película Poor things, dirigida por Yorgos Lanthimos.

La cinta da para reflexionar muchos temas desde la perspectiva feminista. Me centraré en los relacionados con la heteronorma, el género y la clase. Me encantó la peculiar y compleja gama de sentimientos antagónicos que la cinta puede provocar en la audiencia. Me refiero a su mezcla o tránsito en tiempos cortos: alegría, tristeza, coraje, compasión. Esa extraña, por ambivalente, sensación de reírse de la desgracia de una o uno mismo, el coraje por las injusticias y, a la vez, la compasión por la humanidad generizada.

Poor things refuerza mi postura acerca de la idea de que existen películas feministas que, por su contenido, aunque no están escritas ni producidas con tal objetivo, incluso sin quererlo, lo son. Tal es el caso de este film. Lo digo a propósito de la polémica que, sobre el tema se suscitó con Barbie, de 2023. El feminismo no se reduce a una etiqueta: es un contenido, una práctica y una política. Emma Stone interpreta a Bella Baxter, la protagonista de la película. Se trata de una mujer embarazada que es encontrada casi muerta después de un intento de suicidio al arrojarse desde un puente. Un viejo médico, solitario y rico, de nombre Godwin Baxter, quien realiza investigaciones y experimentos poco éticos con cuerpos sin vida, la encuentra y decide “dejarla morir”, respetando, según su argumento, su voluntad de quitarse la vida. Sin embargo, le da “otra vida”, actuando como un Dios —como sugiere el inicio de su nombre: God—. Al cuerpo de la mujer le implanta el cerebro del producto de su embarazo, lo que da como resultado un cuerpo de mujer con cerebro de infante. Parte del experimento es seguir su desarrollo en un ambiente controlado, que intenta producir un tipo de mujer a la que protege como si fuese su padre y, al mismo tiempo, le sirve para alimentar su herido ego. Mientras él le enseña, la educa, la cuida, también le proporciona todas las comodidades, pero con un alto costo: su cautiverio y su infantilización eterna. La compañía de Bella le ofrece a God (un hombre con vivencias de maltrato y crueldad resultantes de la violencia patriarcal) felicidad y una especie de ternura; sin embargo, ella siempre es una inferior, un experimento que le pertenece y al que debe cuidar, hasta que Bella huye con un inescrupuloso joven abogado: Duncan Wedderburn, quien la saca del confinamiento para mostrarle el mundo y la sexualidad.

Al final, el hombre joven y el viejo terminan buscando lo mismo: ambos le ofrecen protección y bienestar en un mundo masculino y clasista regido por la heteronorma. Los dos, hombres ricos, con poder, buscan apropiarse de una niña en cuerpo de mujer, sujetándola a su ignorancia, que comprenden como inocencia, manteniéndola alienada en una vida de placeres y confort. Bella Baxter tiene un par de amistades que la socorren, entre las que destaco a una mujer mayor, la cual se sale de la heteronorma porque dejó de ser mujer: es vieja, ilustrada, sin esposo, disfruta de los placeres del onanismo femenino y cuenta con poder económico. Es gracias a esa mujer, principalmente, que Bella comienza a crecer intelectualmente y termina por, también, abandonar al joven abogado, quien cae en la locura y la pobreza, pues había dado todo por Bella, y, desde su perspectiva, lo había traicionado al convertirse en una libertina que no valía la pena.

Un tercer hombre aparece en la escena: un estudiante de medicina, asistente de God, quien igualmente se enamora de Bella, pero sin el poder de los otros dos hombres. Al final, los tres varones desean el control de la niña en cuerpo de mujer. Como no lo logran, porque Bella se libera, God y su pupilo deciden repetir el experimento con otro cuerpo de mujer, esta vez para corregir los errores que cometieron con la primera y que derivarían en su liberación.

Lo bien logrado de la película es que proyecta lo miserable y vulnerable de la masculinidad en las relaciones heterosexuales regidas por, entre otras cosas, el deber de género de los varones de controlar, moldear y tener una “buena e inocente” mujer a quien proteger y proveer.

Pero ¿qué es lo permite que el mandato de género de “protectores” en los hombres heterosexuales funcione para constituirlos? Puede haber muchas respuestas, una de ellas se centra no sólo en las trasformaciones materiales de las desigualdades entre los géneros, sino en una cuestión subjetiva y simbólica que se relaciona con la erotización de la subordinación de las mujeres. ¿Ustedes qué opinan?

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