El domingo comenzó formalmente el proceso de sucesión presidencial. Muy probablemente quien gane esa encuesta encabezará el Ejecutivo Federal en poco más de 15 meses. De ganar en las urnas en menos de un año, esa persona tendrá un reto tan grande como el que tuvo López Obrador en 2018, pues estará encabezando la segunda parte del proyecto de nación que inició el mejor presidente que nos ha tocado vivir a quienes nacimos y crecimos en el neoliberalismo.
El presidente planteó una propuesta para definir las reglas del proceso interno de morena y se aprobó de manera unánime en el Consejo Nacional del partido. En este proceso, hay cinco compañeros y sólo una mujer, Claudia Sheinbaum. De manera casi instantánea esta desproporción en quienes aspiran a la candidatura nos debería llevar a recordar que, aún con todos los avances de los derechos de las mujeres en los últimos años, nadie puede afirmar que existe paridad todavía. La cancha y el árbitro siempre nos han jugado en contra. Nos juegan en contra desde los primeros meses de vida en los que ya nos educan a ser madres o esposas mientras que a los niños a ser líderes. Algo tan elemental como tener que usar falda y que ésta esconda la mancha de sangre cuando menstruamos, mientras que los niños corren libres por el patio con ropa cómoda. Nos juega en contra en la escuela, donde los niños reciben más atención que las niñas, de acuerdo con varios estudios que analizan la diferencia en la socialización entre niños y niñas. O de adolescentes, cuando el fantasma de un embarazo no planeado nos acompaña todos esos turbulentos años de juventud. Mucho menos es justo cuando tenemos que levantarnos de episodios de violencia física, sexual y/o emocional que todas hemos vivido. No se diga en buscar un trabajo y competir contra un hombre que goza de la total confianza del empleador de que no se va a embarazar y probablemente tampoco criar hijos o cuidar adultos mayores. Tampoco es comparable el freno de mano que le tenemos que poner las mujeres a nuestras carreras durante el embarazo y, más aún, durante los primeros años de la vida de nuestras hijas e hijos. Esto sin contar la misoginia cotidiana a la que nos enfrentamos diariamente.
No hay etapas ni espacios en nuestras vidas en donde estemos exentas de la desigualdad con nuestros compañeros. Hemos jugado en esta cancha dispareja toda nuestra vida y aquí seguimos de pie buscando profundizar la transformación de nuestro país.
Lo que está por definirse no es menor. México tiene la posibilidad de tener la primera presidenta. Y no sólo una mujer –a nadie le sorprendería una presidencia de una Margarita Zavala o una Hilary Clinton, que claramente no representan una amenaza al estatus qúo–; sino una mujer de izquierda. De suceder, sería difícil hasta para los opositores al proyecto, atreverse a dudar de la profundidad de la transformación por la cual está pasando nuestro país.
El sólo imaginar esto nos pone la piel de gallina a millones. Saber que nuestras hijas crecerán normalizando que una mujer puede ser cuidadora, futbolista, trabajadora, maestra, científica o presidenta. Qué reivindicación más grande representaría para todas quienes hacemos política y más de una vez hemos pensado que este –como todos– es un mundo de hombres. La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia significaría que, de manera pacífica y popular, logramos –una vez más– hacer historia.
Que nuestras hijas, sobrinas, ahijadas nos acompañen a convencer por qué Claudia Sheinbaum debe ser la siguiente presidenta de este país. Pasaremos de ser hijas del neoliberalismo a tener hijas que crecerán con humanismo y feminismo. Que las memorias más añejas de nuestras hijas sean de la lucha incansable por este país y por las mujeres.