En las últimas dos semanas denunciamos dos casos de engaños mediáticos que llegaron a la mañanera. Los casos, cada uno a su manera, son ilustrativos del grado de manipulación y mala praxis que se esconde detrás de las fachadas “respetables” de las organizaciones internacionales y los medios corporativos de alto perfil.
El primero de ellos tiene que ver con la organización británica Index on Censorship, que el 13 de enero nombró a Andrés Manuel López Obrador el “tirano del año” del 2022. Un asunto risible que sólo se pone más así conforme uno va investigando. Como la caricatura de una página del más rancio panismo, la organización incluyó al presidente mexicano entre una lista de doce “déspotas” (entre ellos, Kim Jong-un, de Corea del Norte; Alí Jamenei, de Irán, y Mohamed bin Salmán, de Arabia Saudita, sin olvidar a Vladimir Putin, presidente de Rusia) para luego instar a sus lectores a escoger entre esa “galería de canallas”. Pero resulta que no había ningún control sobre votar múltiples veces; es decir, cualquier grupo de amigos de Polanco con media hora para desperdiciar pudo haber amañado el resultado. Algo que, además, no habría sido difícil, dado que apenas hubo 12 mil votos en total.
Eso no impidió, claro, que varios medios de México y América Latina —entre ellos El Financiero, Infobae, y El Universal— sacaran notas sobre el asunto como si fuera algo serio, y sin molestarse en investigar más acerca de la organización en sí. Era de Londres, ¿qué más querías saber? Para empezar, que la directora ha sido informante del gobierno de Estados Unidos y fue parte cabal de miembros de parlamento que destruyó la carrera del jefe de su propio partido, Jeremy Corbyn, acusándolo de “antisemita”. Y también que la organización recibe dinero de Facebook, Google, Twitter y la ultraconservadora Fundación Koch, además de una cierta Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés) del gobierno estadounidense, la misma que financia al bebecito de Claudio X. González: Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad. Contexto, se llama.
El segundo caso fue incluso más burdo. El 17 de enero, el rotativo español El País publicó un artículo acerca del inicio del proceso contra el extitular de Seguridad Pública, Genaro García Luna. Pero en la versión en inglés de la nota, publicada por El País Internacional, se insertó, a través de un inciso en una oración no relacionada, la siguiente mentira: que AMLO está intentando reescribir la constitución con tal de reelegirse. (En el mismo párrafo, la versión en inglés habla de las acusaciones del presidente mexicano acerca del fraude de las elecciones de 2006, otra cosa sin relación alguna con tema del artículo).
Cuando los cachamos, el autor de la nota se deslindó y el periódico, por su parte, se limitó a borrar la inserción e incluir al pie de la página una corrección echando la culpa al traductor. Vaya manera de tratar a sus empleados. En el momento, yo hice una serie de preguntas que permanecen sin contestarse: ¿quién fue el verdadero responsable de la alteración?, ¿un editor en inglés?, ¿en español?, ¿bajo órdenes de quién?, ¿en cuántas y cuáles otras ocasiones ha ocurrido?, ¿qué medidas está tomando el periódico para asegurarnos que no volverá a pasar?, ¿cómo los lectores van a poder confiar en cualquier nota que salga bajo su sello, en inglés o en español?
Tal como la mercadotecnia se ha vuelta más sofisticada en términos de cuáles mensajes se dirigen a cuáles públicos, así también la calumnia. De hecho, podemos clasificar este episodio como un buen ejemplo de la “segmentación de la mentira”, una hecha únicamente para el público angloparlante que, según los segmentadores, estaría más dispuesto a creerla. De paso, hace surgir la pregunta sobre qué intereses tiene el diario —y detrás de ellos el Grupo PRISA, su dueño— en el caso de García Luna, tanto que estuvo dispuesto a aventurarse a tan torpe manipulación.
El hecho de que uno de los más importantes medios de comunicación del mundo hispano haya alterado su contenido de tal forma debería ser un escándalo mayúsculo. Por supuesto que no lo va a ser por una muy sencilla razón: los grandes medios se protegen entre sí. Y El País, como se ha demostrado en estos días, no va a asumir por sí solo la postura ética de aclarar el caso o siquiera ofrecer una disculpa. Hasta lo siguiente, hasta el olvido, vámonos. Pero la maquinaria bien lubricada de la mentira no funciona tan bien como antes. Falta aceite, huele a quemado, hay un sonido en el motor que no se quita. Mayor es la desesperación, mayor es la voluntad de correr riesgos, aunque uno termine siendo descubierto. Esto crea una ventaja pero también un peligro: el desesperado está dispuesto a hacer cosas cada vez más disparatadas con tal de proteger su posición cada vez más inestable. Y con las redes ya no es tan fácil borrar los rastros. Lo seguro es que seguirán queriendo vernos la cara. Pero de lo que se trata es de no prestarnos ya a su juego.