La geografía de las emociones

Columnas Plebeyas

La palabra descentralización llegó muy tarde a mi vida, quizá en la universidad, donde los académicos repetían en las aulas la necesidad de no condensar o reducir toda la generación de conocimiento a lo producido en la Ciudad de México; no concebía esa aseveración que hacía eco en los auditorios como si la idea de capital y provincia fuera la última semilla del porfiriato que socialmente delineó esa dicotomía entre el pueblo y la ciudad.

No era algo concebible, no para mí, una mujer que había emigrado desde niña y que no sólo había crecido lejos de su país, sino que no vivía en un sólo sitio desde siempre. Esa percepción de que todo lo importante sólo ocurre y se delimita en un sólo lugar es una idea arcaica, no porque no haya sido una realidad evidente, sino porque la falsa de la inclusión ha sido una tentación para el progresismo deslavado que utiliza el lenguaje incluyente y las categorías analíticas del género como ganchos mercantiles, y así he visto productos para el cuidado masculino delineados desde grupos de enfoque que revelan nuestros deseos visuales al momento de la compra, o cómo agresores sin importar el género han hecho un marketing con la escritura de las mujeres, aun cuando en lo privado han sido implacables contra su objetivo, pero capaces en lo público de hablar de derechos políticos de las mujeres que jamás han defendido, sino todo lo contrario, se han mofado en nombre del libre albedrío o de una igualdad sustantiva disfrazada de derecho que es más de derecha, pero útil para mercantilizar nuestros deseos y miedos.

Y ese abuso desmedido del poder para hablar o darles voz a las personas o a los hechos no es privativo ni de un género ni de una clase, sino de la osadía de politizar lo redituable, por eso estoy convencida de que en el territorio de la escritura hay que despojarnos de los ismos, para no hacer de todo una política de las emociones, y volverlo un lugar donde observar y palpar, cambiarlo, saber que aunque de todas formas todo es político, hay lugares que hacemos para sentir y ya. Es por ello que este espacio es para indagar lo que ocurre afuera de las casetas que rodean la ciudad. Es por eso que me interesan los espacios, donde la señal de la internet es inestable, donde los colectivos no llevan red de seguridad y donde la única forma de refrescarse es con un chilate helado bajo un árbol de zapote. Desde ahí donde no hay necesidad de venderle o explicarle nada a nadie. Ahí en la línea de fuego donde hacen fila y le sacan filo al rifle los usos y costumbres de la comunitaria, desde ahí la emoción de nuestras geografías.

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