No somos iguales

Columnas Plebeyas

Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época.
Jacques Lacan.

El término en boga es sociedad civil, antes fueron centro radical, apartidismo o apolítica. Ideas surgidas en lo que para el filósofo esloveno Slavoj Zizek se define como postpolítica, la era en la que habríamos de superar las viejas e inútiles rencillas entre izquierda y derecha a la luz de un universo multicultural, donde la colaboración entre tecnócratas y progresistas abra paso a un vasto abanico de posibilidades creativas. 

Algo así como esas viejas ilustraciones en las que una niña, un soldado y un león comparten la mesa y el té en un paraíso pletórico de verde, donde se han olvidado por siempre y para siempre del narcisismo de las pequeñas diferencias. 

“Vengo a decir que no importa el color, no importa de qué partido vengan, tenemos que resolver los problemas. A lo largo de mi carrera he entendido que a la gente no le importa si somos de izquierda o de derecha, a la gente lo que le importa es que le resolvamos los problemas”, dijo la candidata Alejandra del Moral el 20 de abril, durante su primer debate por la gubernatura del Estado de México. 

Como diría el contrarrevolucionario Deng Xiaoping allá por la década de 1970: “poco importa si el gato es blanco o rojo con tal de que cace ratones”.

Pero ¿es realmente así? Según la agencia de investigación en opinión pública Enkoll, de un total de 518 encuestados postdebate, el 65 por ciento afirma que la aspirante a gobernadora Delfina Gómez ganó la discusión. Por otro lado, el 82 por ciento de los consultados asegura que su postura política no se modificó tras el debate.

“Esta elección va más allá de partidos, esta elección va más allá de ideologías políticas, esta elección se trata de elegir a la mujer que tiene la capacidad para llevar el gobierno los próximos seis años”, insistió Alejandra del Moral.

Sin embargo, resulta difícil creer que a los mexiquenses no les importa el color del partido que los ha gobernado durante casi un siglo manteniendo al 25% de la población sin agua o permitiendo que ocho mujeres a la semana sean asesinadas. Por más que hable de capacidad —once veces repitió la dichosa palabrita—, no se ven los ratones de Xiaoping y del tecito mejor ni hablamos. 

No, quizá no se trate de una superación dialéctica y muy probablemente tampoco estemos frente al fin de la historia. El olvido es además una formación defensiva. El intento desesperado de olvidar las diferencias que ellos mismos iluminaron al ensanchar las desigualdades parece más bien un acto que termina por beneficiar a su partido y no a la población.

Esta negación de lo político se deja ver cuando las alianzas opositoras califican como polarización el resultado de la politización de las conciencias que genuinamente manifiestan una preferencia: “Claro que necesitamos un cambio, pero ellos (Morena) son el cambio que destruye”. El verdadero cambio, según Alejandra del Moral, consiste en no cambiar. 

Insisto, aunque por distintas razones, 82 por ciento de los encuestados por Enkoll coincide con ella: “La verdadera libertad —afirmó Jacques Lacan— no es la libertad de elección, sino la libertad de ser lo que uno es, más allá de las imposiciones sociales y políticas”. 

En otras palabras, no somos iguales.  

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