Medios y poder judicial: dos cabezas de la hidra

Columnas Plebeyas

En mi nota de este enero 2023 puse a consideración la necesidad de tomarse en serio a la derecha, no sólo en la región de América Latina y el Caribe, sino especialmente en México, en tanto el país se encuentra en la antesala de un proceso electoral muy particular. Sin ánimo de promover futurismo y especulación tan típicos de la llamada grilla política, puesto que todavía le restan muchos meses y mucho trabajo a la actual administración, lo cierto es que el resultado electoral del 2024 será el umbral que marque la prolongación del proyecto progresista más importante sucedido en la historia reciente de nuestro país.

Muchas personas simpatizantes de este proceso de cambio consideran que no hay de qué preocuparse en 2024 porque al día de hoy prácticamente todas las encuestas señalan que el partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) tiene amplias posibilidades de resultar nuevamente ganador de la presidencia. Por si fuera poco, en las filas de la oposición no se ha podido cuajar ningún liderazgo serio, con capacidad de gestar un discurso propositivo y sensato, y no lleno de mentiras y odio. Los niveles de aceptación del presidente Andrés Manuel López Obrador se mantienen muy altos todavía y, a pesar de todos los problemas permanentes, como la violencia lacerante, o recientes, como la pandemia y ahora la inflación, una parte importante de la población reitera continuamente su preferencia por la 4T.

Sin embargo, esto no significa que no haya motivos para la inquietud. En primer lugar, porque como ha dicho el intelectual portugués Boaventura de Sousa, el crecimiento de las fuerzas de extrema derecha en el mundo obedece a que son una suerte de brazo político del neoliberalismo en su fase actual, en la que este promueve el ataque a los derechos cívicos y políticos de las democracias. En nuestra región, como lo mencioné en mi entrega pasada, tenemos frescos ejemplos —Perú, Brasil, Bolivia, Argentina— de cómo las derechas y las oligarquías viejas o reconfiguradas se entretejen para intentar desbarrancar a los gobiernos progresistas. 

Estos ataques a los regímenes progresistas, al menos en nuestra región, tienen dos armas indispensables: los medios corporativos de información o comunicación y el poder judicial aún capturado. A partir de una maquinaria de noticias falsas, desinformación, cercos informativos y un ejército de plumas y micrófonos cuya animadversión carece de matiz alguno, los medios de información pueden por ejemplo lanzar campañas de linchamiento mediático a personajes o proyectos estratégicos de los gobiernos progresistas mientras guardan un silencio ignominioso cuando los sucesos noticiosos involucran a figuras de la oposición, tal como lo hemos visto en días recientes con el juicio en contra de Genaro García Luna, el súper policía de Vicente Fox y Felipe Calderón, hoy preso en Estados Unidos y acusado de haber sido sobornado por traficantes de droga. Por el otro lado, en el caso de México el poder judicial no ha emprendido en este momento una andanada abierta y exitosa como sí lo ha ocurrido en otros países, pero se mantiene con una estructura repleta de elementos corruptos, dispuestos a bloquear obras de infraestructura, procesos judiciales para castigar especialmente a exfuncionarios acusados de malversar fondos, enriquecerse ilícitamente o proteger las redes de complicidad al interior de los gobiernos, como se pudo constatar en días pasados al enterarnos de que un tribunal colegiado confirmó el amparo que Luis Cárdenas Palomino, cercanísimo colaborador de García Luna, interpuso para disponer de sus cuentas con dinero presuntamente obtenido mediante tramas de corrupción.

En este contexto, la derecha en México, ante la falta de liderazgos y proyecto, hará todo lo posible por embestir y debilitar a la candidata o candidato de Morena para el 2024, a partir de sucias estrategias mediáticas y jurídicas, especialmente si quien obtenga la candidatura muestra disposición y firmeza para continuar el proyecto progresista; al mismo tiempo que seguirá alimentando lo que hoy parece ser su tendencia: el discurso de odio.

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