Se nos acusa de creer en un proyecto político de izquierda. No por el proyecto político ni por la izquierda, sino por creer. Se trata de una acusación furibunda, insultante y agresiva, pero no nos detengamos ahora en eso. Por lo demás, nosotros tenemos, en nuestra defensa, jueguitos igual de insultantes y divertidos. Se nos acusa, a quienes simpatizamos con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, de crédulos e ingenuos, de fanáticos, pero no nos detengamos por ahora en las pasiones de la discusión. Para avanzar un poco, podríamos preguntarnos, simplemente, si está mal creer; creer en algo. Yo no creo que esté mal creer. Aunque siendo honestos nadie dice que esté mal creer en algo, de lo que nos acusan es de creer en un hombre, de creer en un político, y, de hecho, planteado así: creer en un líder, seguir los pasos de un mortal todos en manada sin duda está mal, pero, entonces la pregunta es si está tan mal.
¿De qué otra manera, me pregunto, se podría hablar de otra cosa?, ¿de qué otra manera se podría buscar otra cosa?, ¿por qué medios se podría acceder a un mejor gobierno? No veo otra manera de luchar contra la corrupción más que bajo un movimiento social generado por alguien que se haya atrevido —en ciertas circunstancias históricas, desde cierto punto de la palestra política, en un momento preciso del ánimo nacional— a sostener otra cosa, la posibilidad de otra cosa.
Parece ayer, parece ayer porque es hoy —estamos en eso— cuando tras el ánimo foxista apareció López Obrador, cuando lo vimos una cierta cantidad de millones y creímos. Parece que fue ayer que salió el artículo de Enrique Krauze del mesías tropical; parece que fue ayer porque es hoy, es actual el reclamo, ese reclamo desesperado que, por lo demás, va un poco más allá de la psicología de las masas.
Un poco más allá del ¿por qué creen? se lee ¿por qué creen en él?, ¿por qué creen en Andrés Manuel que no ha salido casi de México, en ese hombre que para animar tiene que hablar de Tabasco porque no sabe nada y lo que sabe no lo sabe bien? Podemos escuchar al barítono con tono ecuánime y con facciones serias, junto con muchas otras voces desesperadas, preguntándose eso, irritados e insultando. Hay muchos hombres bien masculinos, sabios bien peinados o con las calvas bien brillantes tomando whisky y preguntándose, en la terraza de alguna propiedad de excelente gusto, por qué creemos en López Obrador.
La respuesta es, toda pregunta merece una respuesta, una respuesta distinta a la que se espera, puesto que de lo contrario no es respuesta; si es lo mismo que ya se suponía, la respuesta no tiene valor; contrario a lo que suponen, creemos en lo que dice AMLO porque no lo vemos como dios, precisamente por eso nos es posible creer en algo que vaya más allá de él. Precisamente porque AMLO no opaca su propio discurso —que es el nuestro—, precisamente porque no es tan presumido como Enrique Krauze y tantos otros barítonos podemos creer en algo a través de él.
Podemos sostener que no creemos en López Obrador no porque haya algo de malo en creer, sino porque nadie cree en un hombre, aunque esté anudado con él, nadie cree en un político; queremos creer, ¿por qué no?, en la Política, en otra forma de gobierno, en algo más allá; en un proyecto, en una idea, no en un hombre.
Por lo demás, se acerca la hora, se acerca la hora en que hoy, lo que empezó temprano el siglo, se vuelva mañana, en donde el nudo se desvanezca y se vuelva otra cosa, en donde el hombre deje su cargo, se reduzca a un nombre propio —a unas letras— y continúe la esperanza de otra cosa.