Los nadie intentan conquistar los libros de texto

Columnas Plebeyas

La historia de los libros de texto en México es una historia con luces y sombras, con intrigas, con pasiones, con odios. Cuando Antonio de Nebrija, en su Gramática de 1492, escribía que “siempre la lengua fue compañera del imperio”, nadie imaginaba que los materiales educativos en México se convertirían en un tesoro para tantos conquistadores y bucaneros en busca de su Dorado. Pero esta historia negra, esta historia torcida y corrupta, no se origina en lo que hoy es el territorio mexicano. Este relato nace en tierras peninsulares, tiene su origen en las ambiciones de aquellos españoles, aquellos indianos, “ricos incultos, pero viajados, con su chaleco blanco, su sombrero panameño y su inseparable puro habano” (La vanguardia, 21 de noviembre de 2019), que desde el siglo XVI decidían hacer las Indias y así conquistar una parte del nuevo mundo y conseguir el sueño dorado: el oro y las almas de los indígenas de nuestras tierras.

Antes de la conquista, antes de la colonización, en estas tierras no se necesitaba de un material educativo como compañero del imperio. Sí, había imperios, pero imperios sin los procesos de colonización europeos. Los tlamatini y los tlacuilos registraban en los códices antiguos, en los muros y piedras de los templos, la historia y las costumbres de su pueblo, pero ellos sabían que esos relatos tenían vida, que se transmitían de manera oral y la población convivía con estas costumbres, con estos mitos, con estas teogonías por medio de la Flor y Canto. La danza, la música y el hacer acompañaban estos procesos didácticos que servían para entender el mundo. Sin embargo, el proceso de colonización nos enseñó, y lo escribo bien: nos enseñó que nuestras verdades locales eran impuras, sacrílegas y que debían erradicarse, olvidarse, que debíamos detenernos, dejar de hacer; escuchar en silencio y aprender las verdades que el mundo blanco, peninsular, patriarcal y déspota tenían para nosotros. Verdades que servirían para legitimar nuestra conquista, los saqueos, las vejaciones, la violencia y el estupro. Conforme a ello, los primeros materiales educativos en la colonia, las Cartillas Mayores y Menores de evangelización, se encargaron de inocular dos competencias, dos habilidades, en la juventud indígena: estar quieto y guardar silencio. Ambas competencias eran básicas para domesticar el alma de los nuevos sirvientes indianos. Podría escribirse: fue la primera capacitación para formar capital humano en las Américas. Así, los jóvenes esclavos coloniales cambiaron sus ritos, danzas y saberes por una actitud silenciosa y meditabunda; una sumisión respetuosa, propia de sujetos domesticados. El tiempo pasó, pero la función de los materiales educativos no. Su evolución se centró en dos perspectivas: primero, en hacer más sutil y elegante el proceso de domesticación y, segundo, en lograr mayor productividad gracias al impacto de estos productos. Para las ambiciones capitalistas de los indianos ya no era suficiente que los materiales educativos domesticaran, evangelizaran las almas jóvenes de los colonizados. Ahora también era importante que el proceso tuviera un retorno económico, que el pueblo cubriera el costo de la producción de los materiales y, si era posible, dejara ganancias. Se necesitaba generar un negocio de esta actividad. Se necesitaba que un patrón, que un cacique, que un administrador vigilara que la producción se comercializara de manera eficiente. Se necesitaba un ambiente de oferta y demanda.

Todo iba bien, el negocio fluía, se vigilaban y monopolizaban las imprentas en el territorio colonial, se ganaban los favores de la nobleza con el mecenazgo y el reconocimiento del libro como un capital cultural, se usaban los censores del Consejo de Indias para mantener el control y, si la cuestión lo requería, se tenía al Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición para poner orden. En este escenario idílico para el imperio, el papel de la lengua y el material educativo era cristalino y tenía la aceptación del pueblo. Recuerden: “siempre la lengua [y ahora los materiales educativos] fueron compañeros del imperio”. La sociedad indígena domesticada, aletargada y disminuida aceptaba con sumisión el mercado alrededor de estos libros, pero nadie imaginaba lo que haría, aprovechando la coyuntura política europea, me refiero a la invasión de Napoleón Bonaparte a la península ibérica y la supresión de la dinastía de Borbón con el encarcelamiento del rey Fernando XVII en 1808, la comunidad mestiza, criolla, mulata, castiza, jarocha, morisca, china, etcétera, etcétera, etcétera. Es decir, el sistema de castas aprovecharía la coyuntura para promover una independencia. Así, el siglo XIX fue un siglo de esperanzas. La libertad propuesta por Miguel Hidalgo, José Martí, Simón Bolívar y demás caudillos hacia soñar a las personas. Esta nueva cultura necesitaba productos culturales diferentes. Los nuevos sellos editoriales, libros, gabinetes de lectura y librerías generaron un ambiente de cambio. Algunos ingenuos, los nadie, imaginaron la libertad, pero eso no sucedería. Como escribe Galeano:

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies
con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto
la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la
buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en
lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies
la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten
con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de
escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica
Roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Alto, a esta historia aún le falta más dolor y más odio para que los nadie puedan reivindicar sus espacios. Sus esperanzas deberemos guardarlas un par de siglos más para encontrar señales de su emancipación.

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