El secreto del doctor Grinberg y la necesidad de algo distinto

Columnas Plebeyas

Actualmente pareciera que hay de tres sopas de documentales a los que tenemos acceso: aquellos en los que los mexicanos nos hemos hecho expertos, esos secos, duros, que pareciera que lo único que quieren es que te des cuenta del cochinero en el que vives; bien lo dice Víctor Cibrian en su última canción: “En el radio un cochinero”.

Están otros como los de la Deutsche Welle (DW), a los que cabe aclarar que de entrada un muy limitado número de mexicanos tiene acceso, con gran sustancia ¿y belleza en su ejecución? La verdad es que sí, pero su misma confección es la que aleja a una gran cantidad de público y convierte esas piezas en espacios en los que muchos se regocijan para sentir que son superiores al resto por participar de aquello llamado “alta cultura”.

¿Cuál es la tercera sopa? La más pobre, por lo menos a mi parecer: esos documentales de HBO en los que de fondo no hay nada, bueno sí, cualquier artículo de periódico con una masacre a la que ellos ya tan acostumbrados están, y en lugar de entender o documentar por qué ocurren estos acontecimientos, se limitan a engrandecer el artículo con un alarde de técnica en los encuadres, iluminación, música, etcétera, pero bastan unos minutos para darnos cuenta de que, más allá del morbo, ahí no encontraremos nada.

Con este panorama, que pareciera desalentador, tras un largo circuito de festivales llega a la Cineteca Nacional ni más ni menos que El secreto del doctor Grinberg, un documental con una narrativa brillante y llena de misterio. A leguas se nota lo genuino de la búsqueda del enorme director Ida Cuellar (a quien habremos de seguir muy de cerca), quien, además de hacer una investigación seria de los hechos, muestra una verdadera curiosidad por entender lo que le sucedió a este personaje, que marca un hito en la historia mexicana ¿Cuál es el por qué de su importancia? Todo aquel que se acerque con el debido respeto y de forma seria a sus investigaciones puede darse cuenta de que el mundo no es lo que se nos ha dicho a lo largo de tantos años, no sólo por lo misterioso de la desaparición del personaje, sino por lo fascinante de sus investigaciones.

Para acabar pronto y de forma simple: el hombre investigaba, por medio del procedimiento científico, las mecánicas del universo de aquello que comúnmente llamamos magia. No nos confundamos, no hablo de ilusionismo: su principal objeto de estudio eran los chamanes, curanderos, psíquicos, etcétera. Sus investigaciones comienzan cuando buscaba desmentir a una afamada curandera y lo que ocurrió fue exactamente lo contrario, las infalibles pruebas de la veracidad de las hazañas de la mujer hicieron que Grinberg encomendara su vida al entendimiento de las llamadas artes ocultas; no pasó mucho tiempo para que la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés) se interesara en él; no lo digo yo, las pruebas están en periódicos, internet y en este documental. Por si no fuera suficiente, Grinberg desapareció sin dejar huella y, junto a ese vacío, se queda un halo de misterio en torno a este personaje.

La vida y desaparición de Grinberg resultan mucho más que sólo interesantes, son extraordinarias, es por ello que tuvo que venir un director extraordinario (Ida Cuellar) a narrar esta historia, uno que fuera más allá de las narrativas comunes, uno que desafiara a la convencionalidad en la que hemos caído, uno que mostrara que, además de seriedad en investigación, hay formas distintas, emocionantes y misteriosas de narrar una historia, uno que demostrara (¿cómo lo demuestra?, boletos agotados para todas sus funciones) que los mexicanos y las nuevas audiencias estamos hambrientas y en la necesidad de algo distinto…

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