Estaba yo buscando el otro día la etimología de la palabra “paz”, y ¿qué creen? Lo primero que se me ocurrió fue irme al latín. Así que me enteré de que la palabra pax tiene la misma raíz pak, de la que deriva pactum, o sea pacto, acuerdo. La paz puede ser esa condición de normalidad en las relaciones, esa ausencia de guerras y conflictos entre personas. ¡Qué maravilla! ¡Qué paz! Ah, pero también puede ser un estado de armonía, de tranquilidad, de serenidad espiritual, que no es turbado por miedos o pasiones. La paz de los sentidos.
O sea que de alguna forma esta falta de preocupaciones que es la sal de nuestras vidas sería la tan deseada paz. Pero me preguntaba si una vez alcanzada, eso equivaldría a un estado de felicidad. ¿Acaso se corresponde la paz con la felicidad?
Esto me preguntaba mientras tendía la ropa en la azotea y miraba unas nubes oscuras que se acercaban amenazando arruinar mi paz con una lluvia repentina que me obligaría a correr a meter la ropa todavía húmeda para que no se volviera a empapar con el aguacero.
Nada más que luego le pregunté a mi amigo Serafín, que es un compañero fotógrafo purépecha, si me contaba una historia que hablara de paz, que en su idioma, me dice, se dice kurucha. Me dijo: “Pues claro, está la historia del pescado blanco de Pátzcuaro”.
—Ah, ¿me la puedes contar? —le pregunto yo.
— La neta no me la sé. Le voy a preguntar a un amigo que es del lago, me imagino que él ha de saber bien.
—Pero, ¿no que eres purépecha?
—Sí, pero no soy del lago, soy de la sierra.
Mientras él le pregunta a su amigo del lago, yo busco en mis recuerdos una historia que hable de paz, porque no puedo encontrar paz si no les cuento una de mis historias.
Y se me ocurre lo que me contó alguna vez un viejo vendedor ambulante de café en Sicilia, la tierra de parte de mis ancestros. Una tierra que no conoció nunca una verdadera paz.
Me dijo que en el barrio árabe de Palermo (porque Palermo durante tres siglos de conquista árabe fue un gran califato, el segundo más grande después del Cairo) vivía un joven que no tenía ni quince años, pero quería irse a la guerra. No deseaba otra cosa. No le importaba el comercio, la tradición de la familia, ni la astronomía, sino sólo las batallas, el choque de las espadas, el escurrir de la sangre. Vivía en paz y quería la guerra.
Me escribe Serafín. Dice que kurucha es “pez” y yo quería saber “paz”. Hubo un malentendido entre nosotros, una falla en la comunicación. Nada, ya no funciona la historia del pez blanco del lago de Pátzcuaro.
—¿Entonces cómo se dice paz?
—Sesi panperakua, pero es como “buen vivir”. No tenemos una palabra que sea como “paz” porque tenemos otras formas de comportamiento dentro de los purépechas.
—¿Me puedes explicar?
—Por ejemplo, una persona que puede llegar a la paz es una persona que tiene buena honorabilidad, tiene buen respeto, la comunidad lo quiere. No cualquier persona puede tener paz, o el buen vivir, ¿sabes?
—Y ¿entonces cómo se gana la sesi panperakua?
—Como un acuerdo mutuo, un diálogo. Así se resuelven las cosas en las comunidades de allá, ¿sabes? Alguien que por ejemplo pueda mediar… Entre los purépechas hay una figura, que es la del uandarhi, o “el que lleva la palabra”. Para llegar a ser uandarhi tienes que pasar por un proceso. No es que tú dices “soy chingón y me hago uandarhi”. Eso es algo que te reconoce la comunidad, porque eres honrado, respetable, te lo vas ganando y lo decide la comunidad. Y tienes que tener un “buen vivir”.
—Y ¿qué hace el uandarhi?
—Por ejemplo, si alguien roba o si hay problemas en una pareja, el uandarhi tiene que acomodar la situación para que las cosas funcionen.
Me parece que este papel de pacificador tiene que ver con la búsqueda de una armonía. Y se me ocurre que no es un “estar” de las cosas, sino un proceso. El proceso de la construcción constante de la sesi panperakua, del pacto, la búsqueda constante de la paz.
Pero les estaba contando del joven que quería ir a la guerra. Si estaban con el pendiente, para no hacerles el cuento largo, porque se me acaba el espacio, se fue a la guerra y acabó mal matado a los pocos días. El que busca, encuentra, dicen.
(Si me preguntan a mí, ¿qué les digo?, no sé cómo se alcanza la paz, pero seguro no es tan fácil como pescar un pez).