L/a mujer: el movimiento

Columnas Plebeyas

La mujer no existe —dice Jacques Lacan— y uno se queda pensando, hasta que uno deja de pensar porque seguir pensando no sirve de nada. Pero que la mujer no exista tiene algo inquietante, quizás porque se trata de las mujeres; no se trata de que el amor no exista o que el género no exista, no es una banalidad, se trata de las mujeres y eso resulta estimulante. La frase nos obliga a regresar. 

Que La mujer no exista implica que las mujeres, o todo quien se encuentre del lado de las mujeres, están obligadas a inventarse; que La mujer no exista implica un movimiento perpetuo, o quizás debería decir movimientos, en plural; como las mujeres, en plural; movimientos con tiempo y ritmo diferentes, como movimientos musicales. Que no exista una categoría de La mujer obliga a cada una a inventarse y reinventarse. Cada mujer, sí, pero también cada tiempo. Cada época dibuja algo de La mujer; cada época con sus composiciones propias, cada época creándose sobre un fondo que no existe. Por ello cambian los tiempos.

En nuestros días vemos el nacimiento de una época y, tenga o no verdad mi interpretación sobre lo que dice Lacan, esto es cierto: nuestro tiempo está definido en gran medida por un movimiento de mujeres; pasamos, en pocos años, de la envidia de las mujeres entre ellas, del “juntas ni difuntas”, a una sororidad convencida, hemos visto un ideal que no existía hace poco, hemos visto un discurso sobre el patriarcado muy sólido y una determinación contra al acoso sin precedente. Esta variación es masiva: funciona desde la vida pública hasta la vida íntima; sirve para acusar, para defender, para dictar sentencias, sirve para comprender o intentar comprender rasgos de la historia singular de cada familia; este cuño feminista se ve, si uno se detiene, hasta en la espontaneidad en que los niños de preescolar se relacionan entre sí. Estamos frente a un nuevo orden cultural y, junto con ello, frente a la naturaleza misma del movimiento. 

La agresividad y oscuridad del pronunciamiento lacaniano se revela amigable y cotidiana: La mujer no existe es equivalente a La mujer existe en el cambio y la creación. Los hombres siempre somos iguales, o, para decirlo mejor, siempre hemos querido ser lo mismo, aunque nunca lo seamos, aunque cada representación singular del hombre termine siendo una caricatura; siempre quizás, desde la época de las cavernas hemos querido ser más o menos lo mismo. Las mujeres hacen la época, no solamente porque, acorde con Sigmund Freud, somos lo que una mujer nos dio de comer, quiero decir, nos dio de comer con palabras, sino en cuanto la época es el significado; algún significado de la vida (que no existe); el significado que no existe sino deslizándose con el significante, por ejemplo, con el significante “8 de marzo”, distinto al “8 de marzo” de hace apenas unos años, en que las amigas intercambiaban felicitaciones, rosas y sonrisas. Hoy se intercambian indignación y argumentos; lejos de la dulzura que tenía el día de la mujer en la década de 1990, hoy se demanda una escucha atenta y grave; una escucha que en este espacio no pretende ser condescendiente sino respetuosa. Pero no respetuosa de la demanda, no respetuosa de La mujer de hoy, ¿cómo no ver los claroscuros de la furia y la denuncia?, ¿cómo no despertar con nostalgia del Amor y Paz que acompañaban la revolución sexual de la década de 1960?; una escucha respetuosa, pero no respetuosa del La mujer, no respetuosa del todas, sino de los tiempos, profundamente respetuosa del signo de los tiempos.  

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