Israel: soberbia geopolítica

Columnas Plebeyas

Durante la Guerra de los Seis Días —del cinco al 10 de junio de 1967)— el gobierno israelí y su ejército, armado hasta los dientes gracias al apoyo eterno de Washington, inició una serie de acciones que lo llevarían a reafirmar su dominio militar regional ante la impotencia estratégica de Irán, Turquía y Arabia Saudita para contener las cada vez más violentas acciones de Israel en el Medio Oriente.

La nueva escalada persiguió con la destrucción de Hamás como fuerza militar efectiva, con un costo civil interno y externo altamente criticable desde el 7 de octubre de 2023, el cual ha destruido gran parte de la infraestructura civil de la Franja de Gaza y generado una cantidad considerable de desplazados internos.

Paralelo a ello, Israel condujo una serie de ataques aéreos contra Siria en abril de 2024, que no son raros, pero estuvieron dirigidos a la embajada de Irán en Damasco, lo que resultó en la muerte de personal militar de Teherán acusado por Israel de apoyar a Hamás y Hezbolá, los enemigos mortales al sur y el norte del Estado Israelí. 

En respuesta a ello, las fuerzas iraníes dispararon aproximadamente 100 misiles, en una creciente tensión entre ambos contendientes regionales históricos.

Aunado a lo anterior, la sospechosa muerte de Ebrahim Raisi, entonces presidente de Irán, el 19 de mayo de 2024, pese a las negativas de Tel Aviv sobre su participación en el hecho, complejizaron aún más el panorama.

Mientras la ofensiva en Gaza y los bombardeos en el sur del Líbano seguían, el 17 y 18 de septiembre de 2024, derivada de una labor de inteligencia digna de película de Hollywood, una serie de ataques contra dispositivos electrónicos usados por miembros de Hezbolá dejaron decenas de muertos y miles de heridos, la mayoría con lesiones severas. Aprovechando el caos sembrado por este episodio, Israel fue más allá. Precedido por el bombardeo de mayo de 2024 que eliminó a Ismail Haniyeh, líder político de Hezbolá en Teherán, el 27 de septiembre, con las comunicaciones internas de aquel grupo seriamente dañadas, otro ataque aéreo en Beirut liquidó a la figura puntal de la organización, Hassan Nasrallah.

Todo esto mientras el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, altaneramente pregonaba la superioridad militar de Israel en la Asamblea General de Naciones Unidas, ahora convertida en un deplorable foro público de líderes mundiales sin impacto real alguno.

No obstante todo esto, aparentemente insuficiente para Netanyahu y la élite gobernante israelí, envalentonados tras la muerte de Nasrallah, el 1 de octubre invadieron partes del sur del Líbano para tratar de extinguir la amenaza de Hezbolá, aunque ese mismo día Irán lanzó un nuevo ataque aéreo de aproximadamente 200 misiles, que en esta ocasión sí produjo daños en distintas partes del país.

Con todo este precedente, Israel ha ido abriendo poco a poco más frentes de batalla, cegado por una arrogancia bélica que cree poder sostener por sí mismo y por la incondicional ayuda de Estados Unidos, aunque los meses subsecuentes podrían probar que no hay dinero ni tropas suficientes para objetivos preconcebidos bajo la soberbia militarista que parece haber adquirido Israel en los últimos meses y que puede volverse en su contra.

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