García Luna: síntesis del calderonismo

Columnas Plebeyas

Hablar del calderonismo en México no implica referirse a una corriente política relevante sustentada en rasgos políticos claros, como sí sería hablar del cardenismo. El calderonismo se limita a ser la etiqueta con que identificamos a la serie de personajes que ostentaron el poder federal de 2006 a 2012, la escasa historia que los precede y la cauda de taras sangrientas que provocaron.

¿Cómo empezó el calderonismo? La respuesta es reveladora porque exhibe la pulsión destructiva y dañina que rigió al país en todo un sexenio. Felipe Calderón nunca fue un hombre brillante ni decente. Figuró como un burócrata menor que traicionó a sus mentores, sobre todo Carlos Castillo Peraza, para llegar a la cúspide del Partido Acción Nacional (PAN). Sin experiencia de gobierno alguna, su máximo cargo posterior fue durar ocho meses en la Secretaría de Energía de Vicente Fox, espacio donde se dedicó a traficar influencias con Juan Camilo Mouriño y del que fue corrido por autopostularse como candidato presidencial a mediados de 2004.

Intelectualmente limitado, ajeno a cualquier viso de carisma y corrupto, Calderón contaba con otra desventaja: el favorito de Fox como candidato panista con miras a 2006 era Santiago Creel. Fue una relativa sorpresa cuando el partido organizó su contienda interna para abanderar candidato presidencial en 2005 y el ganador fue Calderón. Las sospechas recayeron en un hecho: se trataba de un hombre desconocido al exterior del blanquiazul, pero que había tejido redes de poder desde que fue dirigente nacional en la década de 1990.

Más allá de eso, su reto era brutal: se trataba de un candidato desconocido, sin ninguna virtud, que debía remontar 20 puntos de ventaja del principal contendiente entonces: Andrés Manuel López Obrador. Es en ese contexto donde Genaro García Luna estrecha vínculos con él, como ha hecho público el periodista Francisco Cruz. Los unió no una convicción ideológica, sino la oferta de servicios de espionaje y trabajo sucio que García Luna detentaba en sus manos como alto funcionario de seguridad pública en el gabinete de Fox.

La historia que vino después es sabida: al carecer de mérito alguno, Calderón se dedicó en campaña a emporcar los méritos de su adversario y pergeñarle la campaña propagandística ilegal más sucia en la historia de la democracia mexicana. Luego de un fraudulento triunfo, el panista nombró a García Luna secretario de Seguridad Pública, y fue el único integrante del gabinete que estuvo firme en su puesto.

Arquitecto de la llamada guerra contra el crimen organizado, los indicios apuntan a que fue en realidad un narcotraficante infiltrado en el Estado mexicano. Según testimonios de capos, García Luna recibió dinero a cambio de proteger delincuentes, encabezar él mismo el tráfico de cocaína y utilizar recursos estatales para ello. No es un hecho menor que de 2006 a 2012 se hayan fundado y fortalecido decenas de cárteles en el país. La Policía Federal, hechura total de García Luna, fue un nido de dirigentes hampones hoy legalmente condenados, encarcelados o prófugos —Ramón Pequeño García, Iván Reyes Arzate, Luis Cárdenas Palomino—, que operaban más bien como el brazo armado de Los Pinos. Y todo, todo ello era sabido por Calderón, quien en vez de agradecer a los oficiales valientes que se lo informaron desde el albor de su sexenio, como el comandante Javier Herrera Valles, los persiguió y encarceló.

En estos días se lleva a cabo el juicio de García Luna en Nueva York. Más allá del veredicto final, los hechos son abundantes y apuntan a una red criminal encabezada por el exsecretario de Seguridad Pública. Del jurado estadounidense depende que los múltiples indicios se tornen en pruebas y se castigue ejemplarmente al gángster.

Por lo que respecta a la memoria de ese sexenio, García Luna es el epítome del calderonismo porque él y su jefe son los puntales de la herencia maldita. La consigna ideológica que unía a ambos parece ser la misma: “haiga sido como haiga sido”.

Son hoy los responsables de haber tornado al país en fosa común y al debate público en fosa séptica.

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