Bardo y el atrevimiento de Iñárritu

Columnas Plebeyas

Llego a la sala para la función “especial para prensa” de Bardo, me siento totalmente incómodo, casi podría decir que asustado, burlas del gremio hacia una película por aquí, carcajadas sobre la actitud de un director por allá, una pesadilla. Para mi fortuna la película inicia y, lejos de hacerme despertar, sigo en el sueño, pero ahora en el que me propone Alejandro González Iñárritu, y casi instantáneamente me siento arropado: por fin alguien (del que justo un minuto antes uno de los “críticos” que asistieron se había burlado, supuestamente por su enorme ego) no está juzgando, sino escuchando, pero escucha desde sus adentros y frente a nuestros ojos reproduce lo que siente.

Desde ahí, desde sus adentros, Iñárritu expone su espíritu y se pone a merced de estas fieras que se hacen llamar críticos de cine; para su fortuna (y la verdad es que también de la mía), aprovecha también para defenderse, burlarse y hasta separarse de esas bestias. Aquí comienza Bardo.

El subtítulo no podría ser mejor, literalmente es una “Falsa crónica de unas cuantas verdades” desde la ficción que ha creado Iñárritu, casi como si fuese la representación visual del afamado realismo mágico que ha caracterizado a los latinoamericanos por tantos años. Su obra es un ajuste de cuentas con México, pero al mismo tiempo una carta de amor hacia su país. 

Desde la tremenda inseguridad que nos asedia hasta su enorme amor por los pueblos originarios, pareciera que todo está ahí, que nada le faltó por decir: su complicada relación con los amigos que dejó atrás pero también la añoranza por volver a su tierra, sus ganas de entregarlo todo pero al mismo tiempo su repudio por las formas a las que lo obligan a exponerse, su respeto por México pero también la decepción por su incongruencia, la riqueza cultural y gastronómica pero su desigualdad social… pero, pero, pero… el cariño hacia su país está lleno de peros… PERO por lo menos él no se hace tonto. Incluso en un momento pareciera que se pone la batuta del mexicano, para nada desde la arrogancia, por lo menos a mi parecer, y confronta la complicada relación que tenemos con nuestras raíces españolas.

De lo particular a lo general, de la relación con su hija hasta las batallas que los mexicanos libramos cada día, todo revestido de hermosas sensaciones, del humor al amor, del odio al miedo, Bardo se olvida de la crítica, más bien casi podría decir que la utiliza para poder entregarse al público. ¡Y de qué forma! Desde el amor de él y los suyos nos confronta con nosotros mismos.

Y para el final, ya que nos hizo pasar por momentos hermosos y conmovedores, nos encontramos de lleno con… Bardo y el atrevimiento de Iñárritu… ¡Ah¡, por cierto, las actuaciones en general son bastante malitas…

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