Cumpliéndose poco más de un mes del inicio del conflicto en Gaza entre el grupo Hamás y el ejército de Israel, después de 11 mil civiles muertos, 10 mil de ellos palestinos y mil israelitas, y junto con millón y medio y 200 mil ciudadanos desplazados internamente en los territorios de Palestina e Israel, respectivamente, podemos parcialmente dimensionar la asimetría en daños derivados del choque bélico para las personas que lo siguen sufriendo.
Más allá de esto, que no es poca cosa, es probable que el conflicto desafortunadamente continúe, hasta que Israel y sus aliados incondicionales en Washington y Londres, los cuales ya se encuentran espléndidamente aportando armas y recursos financieros ilimitados, los vean debidamente utilizados e invertidos en la destrucción necesaria y el exterminio indiscriminado de “enemigos” en Gaza, para poder asegurar un “triunfo” indiscutible sobre Hamás, como Benjamín Netanyahu le prometió a la población desde el 7 de octubre.
Esto no solamente permitirá apuntalar políticamente la figura del primer ministro para concretar en un futuro cercano la reforma judicial que busca centralizar aún más su opaco ejercicio del poder desde 2009.
A los aliados previamente mencionados les es sumamente apremiante, en términos igualmente internos y quizá más externos, obtener un triunfo distractor ante el fracaso que poco a poco, pero de manera sostenida, se cierne en Ucrania, y en el que cada vez un mayor número de aliados de Kiev ven peligrar sus intereses y su posición geopolítica. Por ello, han optado por presionarlos a buscar una negociación y posterior armisticio con Rusia, con el principal objetivo de controlar los daños a su reputación de potencia militar global, al menos para el caso estadounidense.
Por otro lado, la respuesta de los aliados en la región a Hamás y algunos extremistas palestinos independentistas se ha enmarcado, exceptuando las escaramuzas en el norte de Israel y sur del Líbano entre Hizbulá y las Fuerzas de Defensa de Israel, a una serie de declaraciones de condena y bravatas contra Israel y Estados Unidos, pero que distan mucho de materializarse de manera conjunta entre los variados actores, como Irán, Turquía, Arabia Saudita y Catar, entre otros.
Finalmente, lejos de un triunfo, cercano a un fracaso más dentro de los múltiples que ya lleva la administración del secretario general Antonio Guterres, todo esto nos muestra de nuevo la incapacidad e inoperabilidad del sistema de la Organización de Naciones Unidas como mediador efectivo de conflictos y una decreciente relevancia del ejercicio de la política internacional ante la reconfiguración de un nuevo sistema en el planeta.
Como prueba de lo anterior figura la flagrante violación de la ley internacional, codificada desde 1945, la cual deberá ser revisada y reformada de manera conjunta cuando su sistema pase este ineludible periodo de reacomodo e inestabilidad.