El milagro del mesías tropical

Columnas Plebeyas

En comparación con 2010, la brecha por ingreso en México se redujo a más de la mitad, es decir, la diferencia hace 12 años entre la persona que más ganaba y la que menos era de 36 veces, ahora es de 17. Aunque la desigualdad aún es grande, se ha demostrado que es posible que la economía opere de manera distinta y que es viable apostar por incrementar el ingreso de los hogares en vez del crecimiento.

El peso se ha fortalecido respecto al dólar.  De inmediato se descalifica esto porque la moneda norteamericana está débil, sin siquiera considerar que es la que tiene mejor desempeño. Se ha olvidado la vieja máxima: cuando Estados Unidos se resfría, a México le da pulmonía. Aunque el vecino del norte sigue siendo el principal socio comercial de nuestro país, la dependencia ha disminuido.

Durante la pandemia, el producto interno bruto decreció 9 por ciento. El pronóstico era que tardaríamos una década en alcanzar el mismo nivel. Sin embargo, se necesitaron menos de dos años. En plena crisis sanitaria y en sentido contrario a la tendencia global, la desigualdad económica se redujo e incluso la pobreza rural disminuyó.

El viejo mantra neoliberal rezaba: a los pobres no hay que darles pescado, hay que enseñarles a pescar. Hoy se ha optado por multiplicar el pescado. No sólo ha crecido el presupuesto destinado a los programas sociales, también el número de beneficiarios. Muy probablemente, esta es la transformación más importante del presente sexenio porque no sólo tiene una dimensión económica, sino también social. Aún los opositores más reacios al gobierno están dispuestos a defender sus pensiones porque las consideran su derecho. Este es el signo más claro de que el modelo político y económico está transmutando, al igual que la relación con el poder.

Sin duda, el neoliberalismo significó un enorme fracaso en lo económico, pero un enorme éxito cultural. La competencia era el principio que articulaba las relaciones sociales. Sólo así podemos explicarnos que la pobreza era vista como un fracaso personal en vez de una cuestión estructural, que en el país que más horas se trabaja y que tiene las peores condiciones laborales se le exigiera más esfuerzo al empleado en vez de una mejor retribución al empleador.

Pero muchas tendencias están cambiando. Por primera vez en décadas, México registra el mayor incremento del salario mínimo entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). A excepción del decil más rico, el ingreso promedio de los hogares ha crecido. Vistas así las cosas, es fácil entender por qué los niveles de aprobación del mesías tropical son más altos que los de quienes lo apoyaron en la votación.

Hace unos años, las decisiones públicas eran potestad exclusiva de los tecnócratas. Hoy la gente, aunque todavía con desconfianza, se acerca a la política porque poco a poco va tomando conciencia de cómo afecta en su vida cotidiana. La ciudadanía llama a dar cuentas y, más importante aún, sabe que hay decisiones que no puede delegar. Puede descreer de quien representa al Estado y, aun en ese caso, tocarle la puerta para exigir justicia.

Al igual que hizo el viejo mesías, con actos más que con fe, pareciera que nuestra versión tropical también ha inaugurado un nuevo tiempo. Ciertamente, ni el primer mesías logró que el mundo terrenal deviniera en paraíso, ni desterrar la muerte, ni la injusticia. En cambio, sí fue capaz de instaurar un nuevo paradigma que dió cabida a la esperanza. Cierro haciendo notar que en México, por primera vez en mucho tiempo, tiene sentido hablar de un proyecto de nación.

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