El neoliberalismo no tiene dogmas y otros cuentos desde la cripta

Columnas Plebeyas

Se fueron los muertos, pero la temporada nos dejó dos eventos que no desentonaron en términos de folclor. Primero, los priistas se reunieron en un evento denominado “Diálogos por México”, destacando los discursos de jóvenes promesas de apellidos Ruiz Massieu, Paredes y De la Madrid, entre otros. Días más tarde, los expresidentes mexicanos Felipe Calderón y Ernesto Zedillo participaron en el evento “20 años de FIL: Democracia y Libertad”, flanqueados por Mario Vargas Llosa (probablemente la persona que más veces ha fallado en sus pronósticos electorales).

No es de sorprender la reacción que siguió por parte de algunos sectores de la intelectualidad para recordarnos su añoranza por los tiempos en los que “se gobernaba con la técnica”. El neoliberalismo tuvo el tino —además de colarse en cada aspecto de la vida de las personas— de presentarse bajo el amparo de una superioridad científica caracterizada por la neutralidad de la técnica. El neoliberalismo logró pintarse como la manera racional de entender el mundo sin dogmas. Sin embargo, como movimiento intelectual sobrepasó la acotada dimensión de la tecnocracia que toma decisiones con base en modelos matematizados. Como lo pone Gary Gerstle, la combinación de desregulación con libertades personales, fronteras abiertas —aunque no para las personas—, cosmopolitismo y globalización constituyó la promesa neoliberal de prosperidad para todos.

Sin embargo, probablemente el dogma neoliberal fundamental fue a la vez su mecanismo más fuerte de legitimación y el caldo de cultivo para su fracaso: la relación entre la educación, el esfuerzo y la recompensa. Mientras la educación permitió sostener un correlato meritocrático, funcionó para proveer legitimidad entre las clases medias y como un punto de aspiración para los de abajo. La educación permitió a algunos subir por la escala social y, con suerte, hacerse de espacios en la política y los negocios, en la ciencia y entre los intelectuales. Sin embargo, la educación dejó de representar ese mecanismo de ascenso social y de recompensa para el esfuerzo, y las instituciones neoliberales se volvieron más exclusivas y antidemocráticas, mientras que los altos salarios se concentraron entre los dueños del capital.

Otra señal de la decadencia de los paradigmas ocurre cuando incluso sus principales proponentes comienzan a hablar en términos del lenguaje de sus críticos, y esto es justo lo que no escuchamos en los eventos de priistas y expresidentes. Movimientos políticos de la izquierda y la derecha entendieron las razones del fracaso neoliberal y lograron articular mensajes y proponer alternativas alrededor de la desconfianza en los oligarcas y el big tech, del descrédito del libre mercado para la solución de todos los problemas, del replanteamiento de relaciones con aliados económicos estratégicos, del énfasis en la producción por encima de la financiación y de la necesidad de políticas en favor del trabajo.

El encanto por los eventos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y de los expresidentes podrá ser una anécdota más sobre la falta de ruta de la oposición formal en México. Pero es sobre todo un recordatorio sobre la forma en que los paradigmas se sustituyen. No hubo tal cosa como un Friedrich von Hayek o un Milton Friedman descendiendo de una montaña con los dogmas del neoliberalismo grabados en piedra. Los dogmas neoliberales se fraguaron al calor de las decisiones políticas, de la discusión política a lo largo del espectro ideológico en todo el mundo y, crucialmente, del ejercicio del poder político para transformar realidades.

No es del todo malo que no exista una visión claramente definida del nuevo paradigma. Es más, no quisiéramos un nuevo paradigma aplicado por igual para todos los contextos y todas las naciones. Pero no se debe perder de vista cómo Donald Trump o Jair Bolsonaro aprendieron a usar las nuevas claves en favor de sus movimientos políticos. Por eso será fundamental para los movimientos latinoamericanos actuales definirse no sólo en su uso de las claves que hoy dominan los discursos, sino en materializar sus diferencias en actos de gobierno contundentes y duraderos. Hay que anticiparse a lo que pueda surgir como reemplazo del paradigma neoliberal, pues nada garantiza que será algo mejor. Hasta Mario “el reloj descompuesto” Vargas Llosa un día le puede atinar.

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