El feminismo de la tolerancia cero

Columnas Plebeyas

El 25 de noviembre se realizaron varios eventos conmemorativos por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Funcionarias y funcionarios, políticos y artistas de todos los niveles en diversos ámbitos declamaron mediocres y, algunas veces, potentes discursos en los que expresaban la importancia de hacer conciencia sobre la situación de discriminación y violencia a la que nos enfrentamos las mujeres, así como las acciones o medidas que se deben implementar para la prevención, atención y sanción de este flagelo nacional. 

En el marco de esos discursos, se hace un uso obsesivo, tanto por las derechas como por las izquierdas, de la frase “tolerancia cero hacia la violencia contra las mujeres”. Puede parecer lógica y hasta enérgica la expresión, por supuesto que la violencia en contra de las mujeres y niñas no debe ser tolerada por nadie, sino repudiada. Menos aun después de años en los que la sociedad y las instituciones normalizaban o negaban variadas acciones dañinas que, gracias al movimiento de mujeres y feministas, se han podido nombrar como agresiones y violencias. Desafortunadamente, estoy segura de que todavía nos faltan muchos actos injustos por enunciar, que pueden devenir en discriminaciones y violencias.

Desde los feminismos hemos insistido en la importancia del lenguaje, no sólo para decir el mundo sino también para construirlo: de allí que una de nuestras estrategias sea cambiar el lenguaje para transformar el mundo androcéntrico. Las palabras y las frases tienen significado, están cargadas de convenciones que generan regulaciones sociales y reflejan la manera en que miramos y vivimos. Por ello, es preciso hacer la crítica del uso, sobre todo por parte del feminismo institucional, de la frase “tolerancia cero”.

Más allá de lo que significa la palabra “tolerar”, que no me parece nada adecuada para expresar nuestro rechazo a la violencia por motivos de género en contra de mujeres y niñas, es necesario conocer mínimamente la historia del concepto “tolerancia cero”, que como fórmula mágica parece evocar seguridad.

Originaria de las políticas securitaristas estadounidenses, reutilizada por las Naciones Unidas y extendida hacia Europa y América Latina, se ha convertido más en una filosofía popular que promete resolverlo todo, que en una estrategia de política criminológica. Zero tolerance es la expresión original en inglés acuñada por Kelling y Wilson, quienes a partir de un experimento criminológico concluyeron que la degradación urbana y la falta de orden provocaban mayores conductas transgresoras. Así, zero tolerance está asociada a las políticas de la ley y el orden, como Broken Windows, dirigidas al control de la criminalidad urbana y callejera, y también a las transgresiones menores que debían ser sancionadas de inmediato antes que el “desorden social” fomentara la comisión de delitos.

Esta filosofía securitarista de “mano dura” (frase usada por Felipe Calderón en México) y de “tres strikes y estás fuera”, generó en Estados Unidos políticas de seguridad con consecuencias que afectaron a los sectores más vulnerados de su sociedad, como la criminalización de vagabundos, migrantes, personas racializadas, consumidoras de alcohol y otras sustancias, etcétera. La importación del concepto de “tolerancia cero”, utilizada por ciertos feminismos, invoca la política del enemigo, que se limita a individualizar la violencia ejercida por hombres malos contra mujeres buenas, en vez de analizar el contexto y enmarcar el fenómeno como sistemático y estructural. En ese sentido, ya no se busca la sanción de un acto cometido, sino de los hombres peligrosos que se convierten en una amenaza para las mujeres; así, en el imaginario social la violencia termina radicándose de manera esencialista en los varones.

Ante esta tendencia, que pareciera imparable, es indispensable que los feminismos latinoamericanos seamos críticos de las políticas e ideologías que se importan de otros contextos y que son replicadas por el feminismo institucional, incluso de gobiernos de izquierda. Políticas que provienen de una ideología de la “guerra contra el crimen”, que como sabemos por experiencia propia ha generado mayor violencia policial racista y clasista en contra de las mujeres, además de confusión entre exigencias de justicia y pánico moral, así como tensiones sociales al fragmentar a la población entre hombres buenos y malos, lo que sólo refuerza el estereotipo del hombre violento y violador como un monstruo externo. Además, se crea el espejismo de que el problema es un otro ajeno a amigos, padres, amantes o esposos, quienes son los que dolorosamente ejercen más violencia en contra de las mujeres.

Compartir:
Cerrar