El modelo económico que inició en los años 80 y apostó por suplir lo público con lo privado, entre otros elementos, ensalzó paulatinamente al individualismo y al mérito personal como la medida de todas las cosas, encumbradas en el éxito. Esta circunstancia ha sido bastante descrita y estudiada (sobre todo en la sociología) como uno de los fundamentos del traslado de una responsabilidad que recaía en la sociedad y el Estado, hacia el individuo, sus características, esfuerzos y habilidades. Sobre todo, se ha dicho, el individualismo se sobrepuso como una condición necesaria para el debilitamiento de lo público y se dibuja en sus consecuencias más perversas, como la justificación del expolio desde una élite.
¿Cómo observar estas teorías analíticas y críticas del neoliberalismo en nuestras experiencias de vida? Me lo pregunto porque una verdad tangible como esta, que el individualismo nos rige y nos inunda, tendría que ser más o menos evidente si la observamos desde la historia reciente y, sobre todo, desde nuestra propia memoria. La respuesta más inmediata que encontré está en las calles que caminamos, los espacios que habitamos, las familias que ahí vivimos y los roles que jugamos, sobre todo a nivel generacional.
Como miles familias de la Ciudad de México, viví en una de las colonias populares construidas bajo el modelo de vivienda pública. La colonia en la que crecí se llama Unidad Mirasoles, en la ahora alcaldía Iztapalapa. Sus terrenos fueron aledaños a un pueblo originario llamado San Lorenzo Tezonco, alguna vez ejido de la posrevolución, al que poco a poco se comió la urbe. Ahí hay 50 condominios horizontales de casas dúplex, distribuidos en tres calles que tenían dos kínders, dos primarias y una secundaria,todas públicas. Además de escuelas, había mercados, un enorme deportivo público (que ahora es una hermosa Utopía), camiones de la Ruta 100 que pasaban en la esquina y todos los servicios.
Esta unidad construida a mediados de la década de 1980 fue la continuidad popular y periférica de un modelo de vivienda característico del estado de bienestar. Se construyó poco más de 40 años después del primer gran proyecto de vivienda estatal, el famoso Multifamiliar Presidente Alemán, que inauguró un periodo luminoso en la arquitectura de la Ciudad de México. En cierta forma la Unidad Mirasoles, donde me tocó vivir, fue un gran proyecto que poco a poco se volvió inusual.
Tanto el crecimiento acelerado de la urbe como la preponderancia del modelo privado de construcción de vivienda aumentaron estrepitosamente. Las y los jóvenes que crecimos de lleno en el modelo neoliberal (quienes nacimos en los años 80 y 90) comenzamos nuestra vida adulta, laboral e independiente de forma muy distinta a nuestros padres y abuelos: con trabajos mayoritariamente precarizados y sin garantías ni seguridad social. Aspirar a adquirir una vivienda de interés social o de una inmobiliaria privada implicaba un endeudamiento que pocos podían costear, y la mayoría de nosotros rentamos por años o ya incluso por décadas.
A diferencia del modelo de vivienda de hace 50 años, los nuevos departamentos suelen estar pensados para minimizar la convivencia colectiva. Los servicios públicos, como mercados, escuelas o parques, son secundarios y las plazas privadas son el nuevo lugar de encuentro. El modelo de vivienda de la clase media urbana, que paga por todos los servicios, se impuso en la mayoría de los espacios urbanos mediante el virtual abandono de la infraestructura existente. Revertir ese estilo de vida, donde el individualismo mercantilizado es la medida de todas las cosas, es un gran reto que comienza a cuestionarse y llevará años consolidar en un nuevo modelo que permita recuperar lo colectivo y lo público, fortaleciendo, como ya comienza a hacerse, el interés social.