Pulsiones de los nazis mexicanos

Columnas Plebeyas

Con mi solidaridad: a Víctor García, Raúl Romero y Luis Hernández Navarro,
voces públicas que dan no sólo claridad al debate, sino oposición al fascismo

Dicen Enzo Traverso y Emilio Gentile que el fascismo murió en 1945. Pero su aserto no conlleva ningún optimismo: para ambos pensadores, aun cuando los ejércitos del Eje fueron completamente derrotados, las pulsiones ideológicas que dieron vida a esa ideología destructiva sobrevivieron y se supieron acomodar en otros lados.

¿Cuál es el rasgo esencial de un fascista? Las lides del internet ya dieron fama al intento de Umberto Eco de responder esa pregunta mediante diez características, que van desde el nacionalismo xenofóbico hasta una exaltación ciega de la acción irracional. Importantes pensadores contemporáneos, como Federico Finchelstein, plantean que el fascismo se distingue por su organización dictatorial. Maria Antonietta Macciocchi aseguró que el fascismo era una guerra librada desde el Estado y el capital en contra del pueblo. Para Ernest Mandel, cualquier definición de fascismo debe conllevar un manual ético y político sobre cómo combatirlo.

El arco de definiciones abunda. Los rostros del primer fascismo en Italia parecían ser los de un movimiento con tintes justicieros para resarcir a los soldados italianos heridos en la Primera Guerra Mundial y a las capas medias y bajas que —pese a los sacrificios del conflicto— vivían en un país en crisis; es decir, pese a pertenecer al bando ganador de la guerra, parecía que la había perdido. La realidad es que Benito Mussolini se enfocó en poner en la palestra que todo fascista es siempre un personaje exaltador de la violencia ciega. La pregunta es, ¿por qué?

¿Por qué tanto gusto por la parafernalia militar? ¿Por qué su obsesión por las manifestaciones de hombría, sacrificio y fuerza? ¿Por qué los partidos fascistas no tenían militantes difusores de ideas, sino milicias preparadas siempre para un eterno combate? ¿Por qué la necesidad de encontrar chivos expiatorios en la sociedad, así fueran los comunistas en Italia, los judíos en Alemania o los masones en España?

Wilhelm Reich dio la pista. Estudiar al fascismo desde una perspectiva histórica, económica y militar es absolutamente indispensable, pero insuficiente. Hace falta echar mano de la psicología colectiva y estudiar una clave importante: el tipo de personalidad proclive al fascismo.

Ahí el aporte de Reich fue enorme. El fascista suele ser proclive al fenómeno de la “personalidad autoritaria”, que se podría resumir en la noción de ser prepotente con el de abajo y servil con el de arriba, bajo la noción de que actuar así te podrá hacer escalar en la organización social.

Lo que esconde todo este amasijo de violencia es un elemento que parece dar esencia a los fascismos y al nazismo: la premisa de que la sociedad necesariamente debe ser una organización jerárquica, donde los “superiores” —por razones no escogidas: de “raza”, género y origen de clase— debe imponerse a los “inferiores”, a quienes hay que dominar, segregar y, en su caso, eliminar.

De ahí que la violencia, el disparate y la contradicción eterna sean consustanciales al fascismo y el nazismo. De ahí también que sus militantes sean siempre seres destructivos. La clave psicológica sobresale: si una persona es capaz de defender con violencia una supuesta superioridad relativa a algo que nadie puede escoger (como el color de piel, por ejemplo) es porque sería incapaz de ser “superior” en condiciones que sí se pueden escoger, como, por ejemplo, la ilustración y la refinación de sus aptitudes.

Dicho de otro modo, el fascismo y el nazismo siempre han sido, más que una ideología, un autoengaño destructivo. Son la válvula de escape del desclasado. Es la “ideología” de los perdedores urgidos de sentirse ganadores en categorías en las que nadie debería competir, como la genética, el género o el origen étnico. De ahí su odio al “inferior”, que en realidad es una mascada con la que disfrazan su miedo a lo diferente; o peor, su miedo a lo que temen ser.

Y mientras esas taras psicológicas existan, desafortunadamente habrá desorbitados que crean que llenando su cuerpo de suásticas, cruces gamadas, águilas bifrontes y menjurjes militaristas, podrán disfrazar un poco su maltrecha autoestima, volcándose a depositar en el “inferior” el odio que, en el fondo, sienten por sí mismos.

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