El castillo de la pureza

Columnas Plebeyas

“Hacía falta conocer a fondo a los santurrones”
Andrés Manuel López Obrador

En 1963 el psicoanalista francés Jacques Marie Émile Lacan publicó en la revista Critique un ensayo titulado “Kant con Sade” en el que se expone fundamentalmente una tesis controversial: el imperativo categórico kantiano, que dicta actuar bajo una máxima moral universalizable, se cumple a cabalidad en el supuesto derecho sadista de vejar al prójimo. Contrario a lo que podría pensarse, no se trata de dos propuestas polares e irreversiblemente contrarias, sino de los dos rostros de una misma moneda. Sadismo dirigido hacia sí mismo en el primero de los casos y al prójimo en el último y más común de sus formatos. 

Ilustrémoslo según el relato conjunto de Arturo Ripstein y José Emilio Pacheco en el clásico cinematográfico de 1972 llamado El castillo de la pureza. En una antigua casona del centro de la Ciudad de México, Gabriel Lima mantiene secuestrados tanto a su esposa Beatriz como a sus tres hijos, Porvenir, Utopía y Voluntad, so pretexto de la maldad que impera en el mundo y que potencialmente podría corromperlos. Previsiblemente, el deseo de Gabriel por conservar la pureza de sus hijos termina por engendrar desequilibrios físicos y mentales en sus víctimas, como la depresión, la desnutrición y el incesto. Aunque la conciencia atormentada de nuestro protagonista lo obliga a reprimir todo signo de inmoralidad, esta retorna ulteriormente a manera de pequeños deslices neuróticos que escalan de la mitomanía a la gula o al adulterio. Se trata pues de un neurótico que, en el último y más ilustrativo de sus delirios, sueña con construir un artefacto cruel e inhumano para asesinar roedores. Todo ello bajo el hermoso principio ideal, estetista y moral de preservar la pureza no sólo de su familia, sino del mundo entero.

Probablemente los más pragmáticos argumenten que el fin justifica los medios o que la intención es lo que cuenta. Sin embargo, el goce de Gabriel no estriba en las victorias menores que pudo o no haber obtenido de su noble empresa, sino precisamente en sus métodos. Todos sabemos que en nombre de la paz se han emprendido las guerras más atroces. Luego, cuando Gabriel Lima emprende una cruzada inmoral en nombre de la pureza, su beneficio no está en la beatitud que promete, sino en la perversidad para conseguirla. 

Pongamos un último ejemplo, el 19 de diciembre de 2022, a través de la conferencia de prensa del gobierno de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador declaró: “Están obcecados con que no se toque ni una coma de la legislación electoral. Según ellos, el INE es perfecto, no perfectible. Es como el castillo de la pureza. Entonces, van a ir a la Corte a que nos rechacen la ley, a que la declaren inconstitucional”. 

Las declaraciones surgieron luego de que en la Cámara baja se aprobara la iniciativa de reforma a las leyes secundarias en materia electoral propuestas por el titular del ejecutivo, quien anticipó que sería apelada en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) bajo el argumento de inconstitucionalidad, lo cual está todavía por verse. Por otro lado, la obcecación sugerida —que es el tema que nos atañe— nace de la democrática sentencia: el INE no se toca. 

Discursivamente el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova Vianello, afirma estar en medio de una lucha por la democracia, o como expresó a través de su cuenta de Twitter el 8 de enero de 2023, palabras más, palabras menos, por “mantener activa la defensa de nuestra democracia. Lo que implica, entre otras cosas, emprender las acciones necesarias para proteger el actual sistema electoral”. Pero en los hechos este oneroso instituto ha actuado parcialmente al retirar candidaturas; policialmente al censurar e imponer multas a ciudadanos, y deficientemente al avalar, ignorar u omitir decenas de fraudes electorales en muy diversas formas y modalidades, lo que resulta por lo menos decepcionante cuando de defender la democracia se trata.  

A la luz de todos estos acontecimientos me pregunto si el imperativo que enarbola la oposición bajo la consigna de que el INE no se toca no termina siendo profundamente antidemocrático. Me pregunto si el Instituto de la Pureza no oculta bajo toda esa verborrea leguleya una inmoralidad incluso peor de la que estamos acostumbrados.

Pese a todo, en “Kant con Sade” Lacan deja de manifiesto que la voluntad perversa está condenada a fracasar, toda vez que el perverso, lejos de ser un defensor de la democracia o la pureza, se sostiene de una ley que reclama su derecho a gozar en la rigidez de un imperativo categórico irrealizable, como irrealizable es atar el agua o enjaular a la democracia. 

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