En 2018, con el triunfo en las urnas de Andrés Manuel López Obrador, por primera vez los partidos de derecha se convirtieron en oposición. Debido a sus malos antecedentes, tuvieron que idear formas para atraer a la ciudadanía y tenerla de su lado en sus ataques contra el gobierno de la llamada 4T, sin revelar su identidad ni sus intenciones políticas.
Una de las estrategias que han utilizado para este fin es el activismo o, mejor dicho, el falso activismo. Para que alguien se autonombre activista no hay otro requisito más que se describa a sí mismo como defensor de una causa. Puede o no ser parte del grupo social al que dice representar. Puede o no tener experiencia o conocimientos en torno a la problemática de la que se ocupa. Para que sea considerado como tal, es suficiente que muestre una supuesta voluntad de impulsar un cambio o de ayudar al prójimo.
Y es precisamente este halo altruista el que pareciera volver incuestionables ante los ojos de la mayoría a las personas que deciden asumir este rol, pues ¿cómo indagar a alguien que dice sólo querer ayudar?, ¿cómo poner en tela de juicio su labor filantrópica?
Si el activista en cuestión pertenece a un grupo social vulnerado, entonces esta inmunidad a los cuestionamientos queda doblemente asegurada. Cualquier acción poco ética o incongruente pasa casi desapercibida. Este tipo de perfil ha resultado muy conveniente a la derecha, pues cualquiera puede ser erigido como activista. Al ser presentados como defensores de una causa justa, los activistas tienen casi de manera inmediata asegurada la simpatía de la gente. En el transcurso de este sexenio han surgido diversos personajes con claros vínculos con partidos de oposición —por más que aseguren ser apartidistas—, los cuales han buscado no sólo representar, sino incluso encabezar ciertas luchas sociales. Con el apoyo de los medios de comunicación contrarios al régimen actual, muchos de estos activistas han sido presentados como líderes de opinión, como representantes de la sociedad civil, por encima incluso de voces con mayor autoridad.
Desde una plataforma construida con inmunidad a la crítica, empatía de la gente y proyección mediática, estos activistas forman parte de una estrategia de golpe blando impulsada por la derecha y por ciertos grupos de poder.
A través de propagar información falsa o manipulada buscan generar malestar social, apropiarse de luchas ciudadanas, exacerbar los ánimos, crear un ambiente de inestabilidad, despolitizar a la sociedad y mermar así el apoyo popular hacia el gobierno.
Un ejemplo de lo anterior, a propósito del 8 de marzo, día de la mujer, es el de Alessandra Rojo de la Vega, quien se presenta como defensora de los derechos de las mujeres. En las manifestaciones se la ha visto muy activa, cercana a personas encapuchadas que han realizado protestas violentas, por lo cual fue señalada por la entonces jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum de estar detrás del grupo de choque conocido como “bloque negro”, el cual ha buscado atizar el encono social y provocar a las autoridades para que se reprima la protesta.
Con la llegada de los tiempos electorales, muchos de estos activistas se han quitado la máscara. Alessandra Rojo de la Vega, a pesar de llevar años diciendo ser una defensora de los derechos de las mujeres que lucha en contra de la violencia de género, aceptó la candidatura para la alcaldía Cuauhtémoc del Frente Amplio por México, integrado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), involucrado en una red de trata de personas, según la denuncia de diversas víctimas de explotación sexual, y por el Partido Acción Nacional (PAN), el cual históricamente siempre ha votado en contra de los derechos de las mujeres.
Más que un acto de incongruencia, el caso de la candidata del PRIAN es una muestra del oportunismo de muchos activistas, que por un lado lucran con las víctimas de la causa que dicen defender para construir un capital político y por otro contribuyen al golpeteo de la derecha, cuya agenda siempre ha sido contraria a las luchas sociales.
Como sociedad debemos ser más críticos con los activismos y denunciar a aquellos que defienden otros intereses de los que dicen defender. Que nuestros referentes de activismo sean personajes como Rosario Ibarra de Piedra u Homero Gómez González, no figuras con muchas ganas de figurar y de acumular poder, al costo que sea y con nula conciencia social.