Demócratas que odian la democracia

Columnas Plebeyas

El nuevo odio a la democracia puede entonces resumirse en una tesis simple: no hay más que una democracia buena, la que reprime la catástrofe de la civilización democrática

Jacques Rancière

No ninguneemos los eventos del 18 de febrero. El humanismo mexicano debe reconocer que las marchas del conservadurismo aglutinan orgánicamente a un sector de la población que hay que analizar y, si me apuran, escuchar. 

Reconozco que ese no fue mi primer impulso: yo quería pelearme. El hecho de que reclamen cosas que este gobierno ha mejorado —decía la versión matutina de mí— demuestra que no les interesan los problemas públicos, sino que sólo se duelen del desplazamiento de ellos y de los suyos de la toma de decisiones. Seguridad, democracia, servicios públicos, educación… todos los supuestos dolores de los y las manifestantes están mejor ahora que en sus gobiernos.

Después de haber deliberado con mentes más avezadas, y tras algunos ejercicios de paciencia, creo que debemos escuchar. Poner atención y comprender… Desde un proyecto popular no se puede renunciar al eterno intento de darse a entender, incluso con los sectores más recalcitrantes. Esto excluye a individualidades reaccionarias, por supuesto. No perdamos el tiempo intentando convencer a filibusteros como Claudio X o los Cossío Boys que andan por ahí diciendo barrabasadas, muy quitados de la pena… A nuestras tías y tíos; a nuestros padres furibundos frente al hecho incomprensible de nuestro obradorismo; a nuestras hermanas y madres confundidas por nuestro apoyo a la cuarta transformación; a nuestros amigos y amigas de la infancia… a esas manifestantes potenciales hay que prestarles nuestra más profunda convicción y sentarnos a escuchar; incluso con toda la disposición de dejarse convencer frente a buenos argumentos. 

Debemos, por supuesto, fomentar la misma actitud de aquel lado. Sobre todo para posicionar cosas que son fundamentales en democracia. Yo diría dos: debemos combatir el odio con el que una parte importante de las personas se manifestaron el domingo. Una cosa es que discrepemos y otra muy distinta que estemos dispuestos y dispuestas a hacernos daño tan pronto se presente la oportunidad. Insisto: quienes nos decantamos por un proyecto nacionalista y soberanista creemos que todos cabemos acá, salvo los entreguistas que quisieran ser colonia estadounidense (que son pocos, realmente). Salvo esos pocos, México es patria humana y generosa para todas las personas, y nuestra chamba es encontrarle el sentido, el lugar y la posibilidad a todos sus habitantes. 

La otra: analicemos con cuidado a Winston Churchill. Hago referencia a este señor porque es el más famoso a la hora de pensar en autores de la frase aquella que dice que la democracia es el peor sistema político existente, salvo por todos los demás. Esto es un resabio liberal que no tenemos por qué comprar. Es un residuo creado, entre otros, por los padres fundadores gringos, que vieron en su diseño aristocrático un remedio institucional que permitía convivir con la democracia; obtener de ella lo mejor de lo que disponía, protegiéndola de sus propios “vicios”: se garantizaba el voto popular al tiempo que se protegía el acceso a la toma de decisiones. Que fueran las oligarquías legitimadas por el voto quienes decidieran el rumbo del país y siguieran procurando su perfeccionamiento. No podía ser de otra manera. 

A eso hay que decir con claridad: sí hay de otra. Y esa otra es mejor. Con el pueblo todo y sin el pueblo nada. Y eso nos conviene a todos y todas. Regálennos un café y les contamos por qué. 

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