En el año 1941 el cantante de folk estadounidense Pete Seeger grabó Which Side Are You On? (¿De qué lado estás?) con su grupo The Almanac Singers. Con eso, lanzó a la fama una canción que habría de gozar de una larga vida a través de cóvers de, entre otros, Billy Bragg, Natalie Merchant, Ani DeFranco y el dúo hiphopero Rebel Díaz. La letra dice, en parte:
Dicen que en el condado de Harlan
No hay neutrales allí,
O serás un sindicalista
O un matón para J. H. Blair
Oh trabajadores, ¿pueden soportarlo?
Díganme cómo pueden.
¿Serás un esquirol asqueroso?
¿O vas a ser un hombre?
El condado en cuestión, en el estado de Kentucky, fue el escenario de una cruenta batalla en la década de 1930 entre los mineros y sindicalistas, por un lado, y las empresas, policías y agencias de seguridad privada por el otro. La autora de la letra, Florence Reece, se inspiró para escribirla en la hoja de un calendario después de que el alguacil J.H. Blair y sus hombres registraron su casa y aterrorizaron a su familia en busca de su esposo Sam, quién, afortunadamente, se había escapado. Dijo Reece posteriormente: “Mis canciones siempre van para el desamparado, para el trabajador. Soy una de ellos y siento que tengo que estar con ellos… Algunas personas dicen ‘Yo no tomo partido, soy neutral’. No existe tal cosa. En tu mente estás de un lado o estás del otro”.
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La popularidad duradera de la canción, creo, tiene que ver con su mensaje: en una época de tanta apatía, desánimo y tentativas mediáticas de desdibujar ciertas distinciones en pro de un aspiracionismo genérico y generalizado, tal grado de claridad es refrescante. Pero por nostálgica y maniquea que pudiera parecer una pregunta tan categórica, no deja de ser tan actual como la primera vez que se hizo.
Por más que intentan complicar la política con títulos, gurús y asesores sobrepagados, el éxito de un partido político radica en saber de qué lado está. Los partidos de derecha no lo olvidan nunca y su éxito en el mundo actual —América Latina aparte— es apabullante. Son los partidos de izquierda, lamentablemente, los que se olvidan, se confunden, se autoengañan. Y pierden.
Con todo y sus conflictos internos y una serie de candidatos difíciles de tragar, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) ha ganado la presidencia y dos terceras partes de las gubernaturas en cuatro años porque una mayoría de los votantes considera que la respuesta a esa pregunta sigue siendo “de mi lado”. Esto no implica que esté exento de la necesidad de llegar a ciertos acuerdos o de priorizar unos asuntos por encima de otros —por más que nos tachen de soñadores, los izquierdistas somos, por ardua experiencia, brutalmente realistas—, ni que va a ganar todas las batallas. Pero, eso sí, implica que existe la confianza de que cualquier acuerdo será estratégico y en pos de un bien mayor, los asuntos postergados tendrán su turno y, si se pierde una batalla, se regresará al ruedo con el ánimo renovado al día siguiente.
Cuando Morena y sus aliados no alcanzaron la supermayoría necesaria para aprobar la reforma eléctrica constitucional, a las pocas horas ratificaron la nacionalización del litio, sin dudas ni titubeos. En Estados Unidos, en contraste, ante una embestida de la ultraderecha, los congresos estatales y la Suprema Corte, el Partido Demócrata luce pasmado, aturdido, con cara de venado encandilado. Y, según las encuestas, perderá su mayoría en las elecciones intermedias este noviembre, quizá de manera aplastante.
Y en ese ejemplo radica tanto una lección como una advertencia: una vez que un partido pierde su brújula, una vez que la gente deje de saber de qué lado está, es harto difícil recuperarla. Nada más pregunten a los laboristas del Reino Unido, a los socialistas de Francia o a PASOK (Panhellenic Socialist Movement) en Grecia, partido que dio su nombre al fenómeno de “pasokificación” o el declive de los partidos de centroizquierda a lo largo de Europa. En México, por su parte, ya existe la amarga experiencia del PRD (Partido de la Revolución Democrática). Lo más escalofriante es que esta confianza, construida a través de los años, puede perderse con mucho mayor rapidez: sólo hacen falta unos cuantos proyectos de ley, como el que pretendía permitir que las entidades financieras cobraran las deudas contraídas por los trabajadores directamente de sus salarios. Ese proyecto fue parado por el presidente, quien amenazó con vetarlo. Pero ¿y si no?
Sí, ya no estamos en los años 30. Pero de hecho, la embestida de las élites en nuestra época es incluso peor: no sólo quisieran eliminar nuestros derechos políticos y económicos, sexuales y reproductivos, sino que amenazan, a través del cambio climático, con destruir la habitabilidad planetaria. Razón de más para que, como Florence Reece, sepamos de qué lado estamos. Urge definirlo.