Contra los y las abogadas liberales

Columnas Plebeyas

Una de las razones por las que hacer política es interesante es porque su objeto es notoriamente inestable. Me refiero al sujeto político.

Algunas ramas de la tradición marxista, de la que abrevo principalmente, partía de un sujeto muy reconocido: el proletario, caracterizado no sólo por ser trabajador, sino por conformar su identidad exclusivamente en el seno de las leyes económicas del modelo de producción capitalista, que separan a burgueses y proletariado en función de la posesión, o no, de los medios de producción.

La gran crisis vino con el advenimiento del fascismo. Poco a poco fue quedando claro que las categorías tradicionales eran incapaces de dar cuenta de muchos elementos de la realidad: entre ellos, el de la identidad de personas que deberían asumirse proletarias conforme al materialismo histórico y, sin embargo, se identificaban incluso con lo contrario.

Esto vino a tirar por tierra toda posibilidad de explicar lo social a partir de realidades últimas, fueran éstas el alma o las relaciones de producción. Conforme a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, el discurso es un mejor concepto para hablar de lo social.

Conforme a esto, las identidades se construyen en espacios discursivos en los que ciertas entidades diferenciadas se van identificando en función de dichos discursos, pero no de manera pacífica: para poder identificarte con alguna entidad diferenciada, debe mediar otra todavía más diferente. Una que incluso piense de manera radicalmente distinta a ti. Esto crea un límite de lo que se considera objetivo, y los que quedan de uno de los lados de la frontera van generando equivalencias que los unen. Esto es un antagonismo. Si, con tiempo y esfuerzo, una de las entidades logra asumir la representatividad de las que caen de su lado, se vuelve hegemónica.

El sujeto jurídico no es más que un sujeto político así conformado, como todos. En ese ensamblaje, el nodo fundamental ha sido el liberal. El poder hegemónico de este componente es tal que es muy difícil siquiera conocer a un abogado o abogada que no sea, al mismo tiempo, liberal. Todos parecen abrevar y defender los mismos mitos operantes: individualismo, racionalismo, contractualismo como generador de sociedad, competitividad como criterio de valor, garantismo internacional convenenciero a los mismos de siempre, independencia judicial entendida como el el derecho del gremio a su propia expresión orgánica al interior del Estado, y así sucesivamente.

Ya logramos una grieta en el componente orgánico. Toca seguir transformando al sujeto en todos los demás frentes, y para esto es fundamental disputar la hegemonía.

Ser abogado no requiere ser liberal. Hay más y mejores alternativas. Y vamos a demostrarlo.

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