Caballerías: notas para un léxico del bestiario político y sus metamorfosis

Columnas Plebeyas

In memoriam Mario Vergara y en honor a los justos de México.

Vaya esta segunda nota para continuar una columna plebeya en que empecé a pergueñar cierta figura de un léxico del bestiario político. Esta vez la imaginación se montará sobre los equinos y buscará trotar, invitando a galopar (¡pero no a volar!).

Si Carl von Clausewitz sentenció que la guerra es la continuación de la política por otros medios, en los tiempos del lawfare que campea por nuestro continente (y más allá) podemos afirmar que el poder judicial se dedica a continuar la guerra a golpes de ley. La brecha, cada vez más profunda, entre legalidad y legitimidad es insoslayable (no me detendré a enumerar la larguísima lista que nos proporciona la Suprema Corte de Justicia de la Nación un día sí y otro también). Asumida en brazo ejecutor de un conservadurismo herido en sus privilegios (por algunos rasguños) en la escena política mexicana, la Norma se inviste de Ley lanzando piñas por doquier. En otros términos: la Suprema Corte de Justicia golpea a la Nación con mentiras (metáfora anfibia, esta fruta designa en México a las mentiras y en Argentina a los golpes).

Reduciendo la definición del otro Carl (Schmitt: jurista que en tiempos infames señaló a la política como la relación amigo-enemigo), con la prepotencia que los caracteriza, los caballeros de la orden de los poderes fácticos cerraron filas. En realidad se trata de una banda de ladrones disfrazados que se pretenden investidos por el cacareado “estricto apego a la Ley” mientras no hacen sino embestir una y otra vez a la voluntad popular, repartiéndose el botín del erario (¿cómo, si no, calificar a los legisladores de la oposición, que consideran “democrático” negarse a cumplir con su trabajo?).

El trío guerra, política y ley nos lleva a otra asociación equina más clara: la militar (esta es la única caballería a la cual se debería relacionar con la guerra). He aquí que en México los cuarteles cerrados a la justicia han contratado un caballo alado cibernético. Me refiero a la plataforma de espionaje Pegasus que, según nota reciente del New York Times, invadió la privacidad de uno de los pocos funcionarios honestamente comprometidos con la justicia y dispuesto a remover esta dolorosísima fosa clandestina por la cual caminamos (la víctima de espionaje es Alejandro Encinas y algunos de sus colaboradores). No olvidemos que dicha fosa vergonzante fue cavada por la misma derecha ruin que apesta al exudado etílico producido por una mal llamada guerra cuyo inconfesable fin fue tapar la imposición de un presidente de facto.

¿Y la Fiscalía General de la República? Varios nos preguntamos si acaso no es un caballo de Troya en la 4T… (¿cómo describir, si no, a aquella funcionaria transexenal cuya incidencia hoy escandaliza en la SCJN pero que anidó durante lo que va del sexenio -como juez y parte- en la FGR y proviene desde tiempos de un presidente-zorro que, munido de lawfare, incitó al fraude de 2006?).

Recordemos la Teología Política de Schmitt: todos los conceptos centrales de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados. Pero, se preguntarán no sin razón, ¿qué tiene que ver la teología política con los caballos y con México? Pegaso es el mítico corcel con alas nacido de la sangre de la aterradora Medusa. Su jinete era ni más ni menos que Zeus. No extraña que una compañía cívico-militar de alta tecnología israelí tenga un programa con ese nombre, pues la teología política colonial se caracteriza por la desmesura y se arroga insaciablemente el puesto del Todopoderoso (he escrito bastante sobre esta onomástica bélica hebrea).

El comprador del programa Pegasus, Tomás Zerón, prófugo de la justicia mexicana por causa de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, dice reinventarse hoy vendiendo tortillas en Tel Aviv. En el mamarrachento aparato judicial que cabalga pisoteando la memoria de los justos de México, los que codician el puesto de Dios buscan erigir una estatua ecuestre compuesta de desechos judiciales, políticos y militares. Pero los ambiciosos jinetes parecen ignorar que desde hace años en numerosos lugares del orbe las estatuas ecuestres son derribadas por el hartazgo popular.

Tómese esta columna plebeya como un voto por que, en un intercambio, por fin se extradite al responsable de perseguir a quienes buscan la verdad sobre la desaparición de los 43 estudiantes a cambio de llevar de regreso su programa espía de nombre mitológico.

Léase este, por favor, como un voto por que en la FGR, aunque sea en el minuto 90 de este gobierno, se sustituya con urgencia al titular para encaminarse de una vez por todas rumbo a la justicia de los de abajo.

A caballo entre la esperanza y el horror, este es un voto para que se abran los cuarteles y sus crematorios (y así se vuelva acto responsable el arrepentimiento sincero). En fin, un voto para que los jueces se asuman como lo que son: servidores públicos al servicio de quienes no pueden pagar abogados y escarban el suelo en busca de justicia.

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