Andrés me cae simpático, ¿soy obradorista?

Columnas Plebeyas

“Estos movimientos triunfan por el sentido heroico de la vida, que es lo único que salva a los pueblos; y ese heroísmo se necesita no solamente para jugar la vida todos los días o en una ocasión por nuestro movimiento, sino para luchar contra lo que cada uno lleva adentro, para vencerlo y hacer triunfar al hombre de bien, porque al partido lo harán triunfar solamente los hombres de bien”.
Juan Domingo Perón 

¿Qué hace que alguien sea obradorista? Mientras Andrés Manuel López Obrador siga activo, esto fácilmente puede resolverse diciendo que es simpatizar políticamente con él. ¿Pero es suficiente? 

Esta salida no vencerá al tiempo. Para tener respuestas más completas (pero sobre todo eficaces) es necesario adentrarnos en otros campos. Hay quienes quieren responder desde una especie de purismo cronológico: las verdaderas obradoristas son las personas originales, o las que tengan la bendición de las originales. Otros intentan responder desde la formación política y proponen que es conocer la doctrina y la teoría obradoristas. Conozco, luego soy, al parecer. ¿Con esto la armamos? ¿Qué distingue entonces a la obradorista del historiador que meramente delinea algunos los componentes? 

Creo que esta última respuesta es un paso en la dirección correcta, pero no termina de resolver el problema. Como decía Perón: las doctrinas, básicamente, no son cosa susceptible de enseñar, porque el saber una doctrina no representa gran avance sobre el no saberla. Lo importante en las doctrinas es inculcarlas, vale decir que no es suficiente conocer la doctrina: lo fundamental es sentirla, y lo más importante es amarla. Es decir, no solamente tener el conocimiento. Tampoco es suficiente tener el sentimiento, sino que es menester tener una mística, que es la verdadera fuerza motriz que impulsa a la realización y al sacrificio para esa realización. Las doctrinas, sin esas condiciones en quienes las practican, no tienen absolutamente ningún valor

Esto suena raro al interior de nuestra deriva posmoderna; por eso debemos decirlo más seguido, hasta que se despejen las ñáñaras. Vale la pena adentrarse al tema: la mística es cierta relación con el misterio. En política, este misterio es el porvenir, y la inclinación obradorista es una decantación práctica por los pobres y los excluidos: se le hace frente a la gran duda con una línea general: para estar mejor, primero hay que atender a las márgenes de lo social; primero los pobres. O como decía León Felipe en Versos y Oraciones de Caminante:

Voy con las riendas tensas
y refrenando el vuelo.
Porque no es lo que importa
llegar solo ni pronto,
sino llegar con todos y a tiempo.

En pocas palabras, no se trata nomás de saber recitar las frases de Andrés. Para ser obradorista hay que compartir sus valores, encarnarlos y no sólo declamarlos. Sólo así se puede intentar hacer política como la hace él; con sus prioridades y, sobre todo, con su criterio. No hay que memorizar frases o tonos ni rescatar la hagiología de las fauces medievales: Se trata de que nuestra doctrina y nuestra teoría puedan leerse en nuestros actos. Ser obradorista es, pues, hacer política como la hace Obrador, y por las razones por las que la hace Obrador. Y eso sólo puede hacerse con una mística inculcada, no enseñada. 

Nuestras escuelas de formación, por tanto, deben ser escuelas activas que privilegien la práctica de ese gran músculo político, el criterio, por sobre la memorización o incluso por sobre la racionalización de una doctrina y de una teoría. Lo último es importante, pero lo primero es fundamental; sobre todo si queremos que haya obradorismo después de Obrador.

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