Anatomía de la destrucción (vol. 1)

Ensayos

Este mundo, el mismo para todos los seres, no fue creado por humanos ni por dioses, sino que fue, es y será fuego siempre vivo, que se enciende con medida y se apaga con medida.

Heráclito

Entre más vivo más veo destrucción a mi alrededor. Entre más abro los ojos más me resulta evidente y categórica nuestra tendencia a la depredación. Y no es que sea pesimista, o al menos no es sólo eso. Es innegable que no podemos dejar de consumir, de engullir, de aniquilar, si es que nos interesa seguir sobre la faz de la tierra. Tampoco digo que sea un atributo exclusivo de la especie humana. Si mi gato tuviera el tamaño de un tigre no tardaría mucho en rebanarme la garganta o destazarme la piel, así como hace con ardillas y pájaros cuando se aburre en la terraza del jardín.

La romantización de la naturaleza entendida como una madre, o sea, una fuente inagotable de amor y cuidado, se derrumba ante su propia vacuidad —por más que la idea de una Pachamama brinde consuelo a muchas consciencias en las últimas décadas. Revestir de bondad el mundo que habitamos da cuenta de nuestra afectación, por no hablar más bien de ingenuidad. If we have a Mother Nature, she is also a dirty bitch, afirmaba Slavoj Zizek en conversación con Yuval Noah a propósito de las inclemencias del cambio climático y el Antropoceno/Capitaloceno.

Es claro que las diversas manifestaciones de vida no son propiamente ejemplos de armonía. Por puro principio físico, cada nacimiento ejerce, de por sí, una violencia sobre el mundo.Es un impacto, una marca, la prueba de un florecimiento, pero también de una herida. Vivir mata, dice una máxima de la sabiduría popular que hoy circula en forma de meme y que bien habría podido escribir Albert Camus (cuyo rostro aparece en dicho meme, por cierto, en una caja de cigarrillos Camel).

Y si es que por alguna extraña coincidencia Dios existe, lo más plausible es que nuestros ajetreos le entretengan de algún modo. ¿Comerá palomitas de maíz tras su cortina de humo?

¿Qué sería de mí, qué sería de ti y de nuestras comunidades si no extinguiéramos los recursos del planeta, si no sometiéramos las otras formas de vida con nuestros sofisticados artefactos de dominio? Y eso sin contar la explotación organizada que a diario nos impone el capital. Por eso el cinismo emerge en sociedad como una actitud inevitable. Y tanto más la ignorancia, que nos arropa con su bendición y nos venda los ojos. Por eso también las ciudades son espacios privilegiados para la indolencia: el ruido incesante, las miradas llenas de cansancio y frustración, los gritos de personas sin hogar que mendigan al sol de sus días, a cada quien su propio drama. La ciudad nos enseña a blindarnos de indiferencia ante la miseria ajena. El insomnio no sólo aturde los sentidos, también nubla la empatía.

Quizás por eso los grandes conflictos sacuden, agitan, remueven sedimentos y nos sacan del marasmo cotidiano de alienación y productividad. “La guerra es padre de todo lo que existe”, sentenciaba con insolente lucidez Heráclito de Éfeso para insistir en el devenir, en el cambio que propulsa el conflicto. Todo lo anterior no constituye en lo absoluto una celebración de las guerras, las pandemias o las emergencias sanitarias, faltaba más. Claramente no deberíamos esperar hasta el colapso, hasta deshacernos en mares de lágrimas y sangre para reaccionar con treguas sensatas y acuerdos en conjunto. No tendría que hacernos falta el horror ni la autodestrucción para llegar al sosiego. Sin embargo las palabras del mismo Heráclito no tardan en acallar y contestar mis buenas intenciones, quizás demasiado humanas. A su juicio sólo de la destrucción proviene el cambio, el nacimiento. En su cosmología el fuego es principio fundador y fin del universo:

“La contradicción está en el origen de todas las cosas. (…) el universo es finito. El mundo es único, es producido del fuego y arde de nuevo de tiempo en tiempo alternadamente todo este evo. Esto se hace por el hado. De los contrarios, aquel que conduce las cosas a generación se llama guerra y lucha o contención, y el que al incendio, concordia y paz.[1] 


[1] LAERCIO, Diógenes, “Biografía y opiniones de Heráclito” en Vidas de los filósofos, Torre de Babel ediciones. Disponible en línea: https://e-torredebabel.com/biografia-y-opinones-de-heraclito-diogenes-laercio-vidas-de-los-filosofos/

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