Desde que surgió la Secretaría de Educación Pública, el sistema educativo mexicano ha tenido distintas modificaciones y reconceptualizaciones sobre su función en el país y en la sociedad. En un inicio respondió a las necesidades de la construcción del Estado nación y sus esfuerzos se encaminaron a ofrecer educación básica a la mayor cantidad de personas posible, además de la formación de especialistas.
Posteriormente pasó por un periodo conocido como de educación socialista, que tenía como principal objetivo establecer una educación laica, además de organizar a la sociedad de acuerdo con el proyecto de país. En la década de 1940 se usó al sistema educativo como un medio para unificar y afianzar el sentido nacionalista. En la década de 1970 se modificaron los métodos y contenidos de enseñanza, pues se ofreció una visión más científica enfocada en el trabajo productivo; en esa época las mujeres pudieron tener mayor participación en las universidades, que antes de ese entonces eran un espacio dominado principalmente por varones; aunque esta incursión inicial ocurrió en áreas consideradas “propias para mujeres”.
Otro cambio importante en el sistema educativo mexicano se registró cuando se comenzaron a implementar de lleno las políticas neoliberales, en las décadas finales del siglo XX. En este periodo cambiaron los modelos educativos, se incorporó el sistema de competencias e incluso comenzamos a hablar de métodos globalizadores y educación integral, cuando en el mundo se estaban discutiendo tratados de libre comercio, se hablaba de globalización y se insistía en la necesidad de estar interconectados.
Cuando las políticas neoliberales se consolidaron, el lenguaje, la praxis y la lógica del mercado se incorporaron de lleno en los modelos educativos; el sistema se circunscribió a un esquema de valores promotor de la competencia, se intentó la homogenización a través de evaluaciones estandarizadas y nos insertamos en esquemas de productividad cuya finalidad principal era el logro de metas medibles. Mientras se reforzaban el individualismo, la hiperespecialización y la competencia desmedida, millones de personas en México no sabían leer ni escribir, muchas eran relegadas por falta de recursos, infraestructura o programas robustos que incorporaran contenidos en lenguas originarias, así como docentes que pudieran atender la diversidad del país. El resultado era un esquema que profundizaba la estratificación y la desigualdad social.
Desde la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia, se ha intentado establecer un nuevo paradigma educativo, que en vez de fomentar el individualismo y la competencia ponga a la comunidad al centro. Los programas están encaminados a formar personas críticas, analíticas y abiertas al diálogo, que puedan ser agentes cambio. Una educación humanista, que intenta respetar las diferencias y la diversidad cultural.
Este paradigma aún no se ha logrado consolidar del todo por varias razones: porque es difícil revertir años de entrenamiento en valores neoliberales, porque desde el inicio de la implementación del nuevo modelo, este ha sido duramente atacado, porque existe una resistencia normal entre la plantilla docente y porque la construcción misma del plan aún no se siente del todo acabada, hay vacíos teóricos y metodológicos que dificultan su implementación dentro de las escuelas, lo que se suma a cargas administrativas que nunca han parado.
Pese a las dificultades, el cambio de paradigma era urgente y necesario, pues la educación tiene que responder principalmente a las necesidades y problemas que enfrentamos como sociedad. El gran reto que tenemos ahora es que la sociedad y el magisterio mismo se apropien de este nuevo modelo para materializarlo en cada una de las comunidades escolares del país.