Venezuela, otro problema en Latinoamérica

Columnas Plebeyas

Luego de las últimas elecciones presidenciales en Venezuela, el Consejo Nacional Electoral (CNE) dio por ganador a Nicolás Maduro, tras un disputado y hasta ahora poco claro proceso de votación. La oposición, encabezada por Edmundo González y María Corina Machado, junto a medios afines al gobierno saliente estadounidense, encabezado por Joe Biden, asegura tajantemente lo contrario. Esto hizo que se cirniera el peligro de detonar revueltas civiles para derrocar al actual gobierno reelecto, emanado del régimen de Hugo Chávez (1999-2013).

Gracias a la mediación diplomática de los gobiernos de Brasil, México y Colombia, los bandos locales enfrentados han iniciado negociaciones informales para poder transparentar el proceso electoral y respetar la decisión de la sociedad venezolana expresada el 28 de julio.

Lo anterior es un elemento positivo; sin embargo, apunta a un prolongado e incierto proceso de diálogo, sujeto en su resolución no solamente a la voluntad política de los actores nacionales de dilucidar claramente los resultados de la elección, sino también a la constante influencia principal de Brasil y México como agentes clave en la política regional latinoamericana.

Me parece que se configuran dos escenarios principales. Uno positivo, en el cual poco a poco el gobierno de Maduro y la oposición podrán llegar a un acuerdo respecto al desarrollo y los resultados de la elección; y, en un futuro próximo, conceder más espacios políticos que permitan considerar una alternativa real frente a los 25 años que suman el chavismo y el madurismo. Y otro de carácter negativo, dentro del cual, luego del triunfo presidencial de Kamala Harris o Donald Trump en noviembre, Washington podría asumir una postura de mayor injerencia en Latinoamérica, apoyando a la oposición para desestabilizar al régimen de Maduro, acompañada con sanciones económicas, las cuales hasta ahora, lejos de forzar cambios políticos reales en Venezuela, solamente han dañado severamente su economía y han generado un éxodo de millones de personas fuera del país caribeño.

Finalmente, algo es claro a partir de la reciente elección venezolana: el gobierno de Maduro tendrá que permitir una mayor participación opositora en la arena electoral, que signifique su eventual pérdida parcial y luego total de poder, o aprovechar las coyunturas diplomáticas que han ofrecido actores regionales para simular “cambios verdaderos”, sin dejar el poder. 

De ocurrir esto último, Venezuela continuará gravitando cada vez más al desafortunado grupo de autocracias latinoamericanas, como Cuba o Nicaragua, las cuales han sacrificado el futuro económico de sus ciudadanos por el mantenimiento del poder político a toda costa.

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