El miedo es una emoción innata y básica de las personas, a través suyo reconocemos peligros para enfrentarlos o evitarlos. Funciona, pues, como una herramienta con la que nos defendemos de peligros potenciales. Es importante tener en cuenta que, a diferencia de otras especies, los humanos podemos construir y generar miedos a partir de la imaginación y a través de distintas narrativas; es decir, es posible experimentar miedo sin que su causa sea real, sino resultado de construcciones fantasiosas, algo que puede jugar en contra nuestra. Pocas emociones son tan contundentes como el miedo, puede orillar a tomar decisiones drásticas y, en muchos casos, contraproducentes, por ello cuando el miedo se combina con la comunicación y la política, se crea un arma por demás peligrosa cuyo fin responde al cumplimiento de una serie de objetivos.
“México se va a convertir en Venezuela” se ha vuelto una desafortunada frase común que puede escucharse tanto en mesas de análisis transmitidas por televisión como en conversaciones de sobremesa los domingos, y que responde a dos cosas: la primera es el desconocimiento, ya que ni México será Venezuela, ni Venezuela es aquello que esas personas imaginan, y la segunda es la estrategia de infundir miedo en las personas, ya que se plantea un escenario aparentemente fatal para que quienes lo reciben tomen decisiones drásticas y pierdan, ante lo que consideran una situación potencialmente peligrosa, la noción de la realidad.
La ideología del miedo es un arma de control social que hace creer que se vive —cuando no necesariamente es así— en una situación de riesgo, al crear una perturbación angustiosa del ánimo y, con ella, persuasión. Mientras, hay una situación de crisis mundial derivada de la pandemia de COVID-19 y de los conflictos en Ucrania y Taiwán, Estados Unidos entra en recesión económica, los países europeos enfrentan carestías alimentarias y de energías, y México es el segundo país con mayor perspectiva de crecimiento —según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)— al tiempo en el que, por ejemplo, los norteamericanos que viven en la frontera cruzan hacia esta lado para cargar combustible porque aquí les sale menos caro.
Por lo anterior resulta extraño que frases como “El gobierno actual está destruyendo la economía” se repitan tantas veces y que se sumen a un casi sin fin de narrativas agoreras, pero si nos percatamos de que forman parte de esa cuidada estrategia de comunicación política cuya principal intención es la de infundir miedo en la población para así manipularla, ya no resulta tan extraño. Por ello la necesidad de abrir puertas a vías de comunicación que lleguen a un sector de la población que ha sido blanco —gracias a su propio contexto, prejuicios y miedos— de una embestida infodémica que en ellos ha encontrado receptor, pues tocó las fibras que debía alcanzar para infundir terror y, con él, producir desconfianza y conflicto para orillar a que se tomen decisiones políticas que, en condiciones normales, no se tomarían, porque nadie puede vivir con normalidad cuando se es presa del miedo, que hace a un lado el sentido común.