En pleno segundo mes del 2024, son más que evidentes las dos principales opciones presidenciales planteadas a los mexicanos que acudirán a votar el domingo 2 de junio. Una que apuesta, en términos muy generales, por la continuidad política, encabezada por Claudia Sheinbaum, y otra que sugiere un rumbo diferente, liderada por Xóchitl Gálvez.
Independientemente de lo que ambas candidatas planteen en debates, campañas oficiales, foros, entrevistas etcétera, la política interna siempre domina el campo electoral, y luego de que el triunfo y el poder se alcanzan tras las elecciones, siempre se deja en un callado y disminuido lugar a la política exterior.
Tal ámbito es no solamente una herramienta de amplia utilidad para cualquier gobierno que desea potenciar sus capacidades nacionales, a partir de la correcta lectura de la realidad internacional, que, dados los recientes eventos bélicos, políticos y geopolíticos, heredará a la futura titular del poder ejecutivo un panorama más complejo que en 2018.
Más que en otras ocasiones ahora es necesario contar con un buen programa de política exterior, dada la posibilidad de lograr en las elecciones una mayoría senatorial para el gobierno de coalición por los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD) o para el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), lo que permitiría maximizar las capacidades en política exterior por medio de la aprobación y ratificación de nuevos tratados internacionales.
En este sentido, considero que pueden abordarse, por cualquiera de los equipos de las candidatas, ciertos elementos clave para un mejor desarrollo de la política exterior de México:
La relación con Estados Unidos es sumamente importante en términos económicos, políticos y sociales; sin embargo, no puede ser la única considerada por la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) ni por la residencia por dos razones clave. La primera es una excesiva e innecesaria dependencia económica hacia Washington, lo cual en cierta medida vincularía sus altibajos con nuestra realidad nacional, y nos haría rehenes de chantajes económicos, como los que casi nunca han cometido nuestros vecinos en el norte; la segunda es la emergencia de nuevos puntos políticos y económicos fuera del continente, especialmente en Asia.
El continente asiático no sólo se presenta como un prospecto necesario de atención en el futuro ejercicio de la política exterior mexicana, sino también para América Latina, África y Europa, desafortunadamente abandonado en su potencialidad por administraciones pasadas, enfocadas, principalmente por factores comerciales, a mirar hacia Estados Unidos y la Unión Europea como aliados primordiales.
Finalmente, al adoptar un enfoque multidireccional y temático de relaciones internacionales de México con el mundo, recuperaremos la tradición, largamente olvidada, de dinamismo diplomático, el cual no solamente nos permitirá ocupar de nuevo una posición internacional privilegiada, sino contribuir efectivamente a la solución de problemas que solamente pueden realizarse mediante una armonización colectiva de intereses de los múltiples Estados del planeta.