Para ciertos oídos, la palabra lealtad tiene una connotación negativa. Se le asocia a lo servil, a lo subordinado. Y ni hablar si se emplea para señalar algo del campo de la política. Ahí la lealtad es, directamente, un hecho vergonzante.
Sin embargo, esta connotación negativa responde a una sensibilidad más bien moderna. Durante la mayor parte de la historia humana, civilizaciones, culturas y pueblos muy diversos y distantes en el tiempo, consideraron a la lealtad como un valor, como un rasgo del carácter que merecía ser recordado mediante poemas, canciones y demás liturgias.
¿Qué pasó, entonces, en las sociedades modernas, para que ahora asociemos la lealtad con la alcahuetería? Tal vez sea signo de que “lo comercial” se ha impuesto como sentido común y que nos sea difícil concebir relaciones que no supongan un intercambio de intereses. Confiamos más en una transacción que en algo tan etéreo como la lealtad.
Pero en los hechos esta ideología comercial se ve refutada constantemente. En secreto, todos sabemos que lo importante de la vida transcurre en esos “intangibles” que no admiten ser objeto de comercio, como la lealtad. Porque si se puede vender o comprar, la lealtad deja de ser tal.
Y sin embargo, la sociedad moderna está hecha de lealtades muy diversas que vamos acumulando y manteniendo a lo largo de nuestra vida. La primera que aparece es la familia. Se nos introduce al mundo perteneciendo a un minúsculo grupo que hace las veces de primer anfitrión. No tiene que ser un solo tipo de familia, ni siquiera reducirse a lo biológico, pero usualmente, a este primer grupo que nos introduce a la vida en común, le llamamos familia.
Después vendrán la escuela y los amigos, que en parte coinciden y en parte no, pero que representan la tierna infancia de la conciencia social. A esas capas se le agrega después el trabajo, las relaciones profesionales, los proyectos. Por qué no sólo se deposita en estás actividades un interés económico, aunque sea ésta una motivación principal. En el camino uno se aventura y a veces tiene el privilegio de conocer la camaradería y la complicidad.
Vale aclarar que estas capas no son sólo una cronología. Se trata más bien de manchas superpuestas: los vínculos que trabamos en una no desaparecen en la otra.
Y así transitamos hasta llegar a las capas más complejas y difíciles de transmitir y que atañen directamente a la política. Porque algo que sucede en tu entorno inmediato se comprende casi instantáneamente, pero las consecuencias ecológicas de acciones que tienen lugar a cientos de kilómetros de donde estás, requieren algo más de elaboración.
Tal vez sea ésta una de las condiciones para que la ideología comercial haya prevalecido como explicación de los vínculos en nuestras sociedades. La propia naturaleza de la sociedad moderna, tan diversa y plural en sus lealtades, hace que la experiencia propiamente social, es decir, la pertenencia que contiene y trasciende todos los vínculos anteriores, sea tan difícil de explicar y de narrar.
Por fortuna podemos echar mano de la política. Noble oficio y arte maldito, práctica encargada de volver experiencia el hecho de la mutua pertenencia y, por ello, condenada a ser habitada por la polémica y el conflicto.