Aquel que quiere permanentemente llegar más alto tiene que contar con que algún día lo invadirá el vértigo
Milan Kundera
En palabras de Sigmund Freud: “seríamos mejores si no intentáramos ser tan buenos”. El problema de actuar —con Immanuel Kant— según máximas que podamos alzar a la categoría de leyes consiste en que siempre hay un resto que queda fuera.
A la loca pretensión de universalizar una ley del corazón, Friedrich Hegel la llamó delirio de infatuación. Esto es el retorno del deseo contra sí mismo. Así, la fórmula “todos deberíamos ser comunistas” no puede ser hecha sino por un fascista.
Contrario a lo que podría pensarse, no se trata de dos propuestas polares e irreversiblemente contrarias, sino de los dos rostros de una misma moneda. Sadismo —afirmó Jacques Lacan— dirigido hacia sí mismo en el primero de los casos y al prójimo en el último y más común de sus formatos, pero eso lo abordamos en otra entrega.
No obstante, es bien sabido que quien miente una vez a la larga terminará mintiendo de nuevo. Bajo la perspectiva del imperativo categórico kantiano, quien acepta una pequeña inmoralidad terminará por aceptar la corrupción por entero.
Pongámoslo de otro modo: en 2014 el exalcalde panista del municipio de San Blas, en Nayarit, Hilario Ramírez Villanueva, confesó en un mitin durante su campaña de reelección que en su gestión de 2008 a 2011 sí robó, “pero poquito”.
Aquí es necesario recordar que el presidente municipal fue acusado al final de su gestión por un desfalco financiero de 20 millones de pesos y que en 2017 fue detenido por los delitos de daños a las cosas, allanamiento de morada y amenazas a un agente policial, ¡poquito nomás!
A escasos días y un año de la sucesión presidencial, creo que no resulta del todo ocioso volver a pensar las bases ideológicas que propiciaron el triunfo del 2018: no mentir, no robar y no traicionar.
No es un eslogan de campaña, no es un dogma universalizable y tampoco busca convertirse en ley. Se trata más bien de la convicción personal de un sujeto que, armado únicamente de su “autoridad moral”, logró transformar la concepción del quehacer público y con ello sentar las bases para una ética del poder traducido como servicio.
A Andrés Manuel López Obrador se le ha acusado de rígido por huir de la frivolidad; por increíble que parezca, se le reprocha vestir sencillo, no bolearse los zapatos, rodar en Tsuru; en fin, por la austeridad. Al mismo tiempo, nadie ha podido acusarle ningún acto de corrupción y no hay tampoco un perfil de oposición que tenga ese mínimo deseable de integridad.
Volvamos al asunto: no digo que todo aquel que aspire a gobernar debería ser obradorista, sencillamente concuerdo con Kant en el peligro que implica permitirse uno que otro “inocente” exceso, un plagio, una casita roja, y terminar siendo la candidata presidencial del PRIAN.